sábado, 25 de agosto de 2007

Villatodos


En la pantalla del salón de conferencias de la Caja de Ahorros de la ciudad de Villatodos se refleja la siguiente diapositiva:

Un contenedor de basura atestado hasta los topes. En el suelo una caja grande de cartón cubre el cuerpo de un pordiosero. Con sus rodillas encogidas el pobre se resguarda del frío. Parece otro despercicio más. Es de noche. Por la posición de sus pies en vela el mendigo aún vive. Y sobre el verde del contenedor leemos el siguiente graffitis:

“No vas a tener una casa en la puta vida”.

Los asistentes desde su butaca afelpada de futón y pasividad escuchan el poema que acompaña a la fotografía:

“Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,Cuando haga frío, ponte mis bufandas.Te puedes comer todo el chocolateY beberte el vino que dejé guardado.”

Por un lado: los abrigos, el refrescante ambientador a cítrico y la calefacción del auditorio. Por el otro: la mugre y el desamparo, los pintarrajos y los calcetines roídos del medigo.

Hoy se conmemora el día mundial de las personas sin hogar. La Caja de Ahorros de Villatodos patrocina el acto. Un experto en demografía diserta sobre “Vivienda y Exclusión Social”. El conferenciante interrumpe ahora la proyección para comentarle al auditorio:

“El poema llegó tarde. Al mendigo no le dio tiempo de probar el chocolate que tan generosamente le dejó el poeta en su repleta nevera”.

En la primera fila están sentados el concejal de bienstar social, el presidente del patronato de Jesús el Indigente y la mujer del Magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esta buena señora por cierto se distingue porque todas las Nochebuenas invita a cenar a dos pedigüeños del Paseo Rosales sin conseguir ningún año que estos acepten su invitación.

Las diapositivas se suceden como la lava de un volcán sangrante: hambre, rostros deseperados, ojos vacíos, barrigas explosivas, huesos de alambre. Bellos rostros de soledad. Labios de placer resecos por la rabia. Y esa quietud derrotada y mansa, antesala de la muerte. Senos arrugados, piernas de esparto. Ojos fijos, deslumbrados por el espejismo de un bienestar traicionero. Puños de rebelión sin fuerza. Cuerpos que brillan, como brilla la luna en una noche eterna de cuchillos blandidos en el corazón de la tierra.

Arte y belleza son sinónimos, pero las cicatrices y heridas que se desprenden de estas hermosas fotografías salpican y crispan la sala con manchas de suciedad y mala conciencia. Los reporteros de estas filminas pudieron haber ganado algún concurso de fotografía, pero ¡maldito el arte de estas fotos que inútilmente muerde las posaderas mudas de los asistentes!

La caja vieja de cartón envuelve el cuerpo dormido del mendigo. Los barrenderos no saben que dentro de la foto duerme un pordiosero. Pesa tan poco que ni lo notan. Cogen la caja y la colocan encima del contenedor de basuras.

El camión de los basureros se acerca. Un expectador anónimo oye el ruído del motor, ve los destellos de las luces de su sirena, el relampagueante amarillo del peligro. Aquí no hay trucos, infrarrojos, ni efectos de laboratorios. La pala mecánica introduce ahora en las entrañas del camión el contenedor hasta descargar todo su contenido junto con las demás bolsas de basura. La imagen asume la realidad con tanta virulencia en la conciencia del expectador anónimo que éste salta de su butaca y le grita como un descosido al conferenciante:

“¡Deprisa, deprisa, ¡retiren esa fotografía!”.

Todo sucede muy rápido. A pesar de los gritos del expectador anónimo la desgracia no puede evitarse. En ese mismo momento, en la calle, a pocos metros de la Caja de Ahorros de Villatodo un hombre es triturado por el camión de la basura. Mientras en el interior de la entidad bancaria se celebraba una conferencia en solidaridad con las personas sin hogar.

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