domingo, 12 de febrero de 2012

Ejercicio literario (II)



En la
caldeada calma de la habitación, el corazón de Marien se dilata al recordar la mirada enamorada de Virgilio; y sobre este grato sentimiento, de golpe se interpone otro no menos feliz, pero a la vez dolorido: la imagen anhelante de Marcial antes de partir al campo de batalla. Y el corazón de Marien se contrae.

Virgilio es tierno. Marcial, decidido y viril; Virgilio, emotivo y poético; Marcial, dadivoso y afortunado. Virgilio, delicado. Luchador y atrevido, Marcial. ¡Ay si ella pudiera reservar su alma para el poeta, y su cuerpo para el militar aguerrido! Pero no. Marien tiene revueltos y a presión en su corazón a los dos hombres metidos.

Marien con uno se siente segura; y con el otro, querida. Con aquel, realizada: con éste, satisfecha. Cualidades que se disputan a muerte un mismo lugar donde cabe un solo amor. Marien sufre los efectos sangrientos de esta contienda injusta dentro de sí. Ella no entiende qué de malo puede haber en su conducta por ser fiel al doble impulso de su corazón indivisible.

Si Marcial regresara del cautiverio, ¿Marien continuaría sus relaciones con Virgilio? Para la muchacha responder a esta pregunta es inútil. La solución no depende de ella. Los hombres son terriblemente impacientes en problemas de amores compartidos. Tanto Marcial como Virgilio se apresurarían movidos por el despecho a comportarse como fieras en celo. Alejados de toda cordura, seguro que llegarían a la solución más desastrosa para los tres.

A Marien lo que más le tortura es estar poseída por dos conciencias unidas por un sentimiento controvertido. Ella no duda de la sinceridad de su amor por los dos hombres al unísono, aunque una de sus conciencias no cese de increparle su honorabilidad. ¿Quién con verdadero conocimiento de causa, y no presionado por la moralidad social de unas costumbres basadas en falsos conceptos de honra, fidelidad y acatamiento, podría acusarla de no ser sincera?

De la chimenea una brasa ha saltado al suelo. Y para que no queme la alfombra, Marien con las tenazas mete el tizón en la cubeta del agua. Tras los malos pronósticos ahora parece que viene el sosiego. La muchacha se relaja, confía que será la propia naturaleza, la historia, el destino, quien pondrán las cosas en su sitio.

El plagiador, el hombre que olvidó el libro en el coche, detiene aquí su escritura, pone fin al juego literario. No sabe si ha sido fiel a la idea que el verdadero escritor tenía en su mente cuando escribió la novela. Reconoce haber cambiado el nombre de los tres protagonistas para encubrir al autor y su obra. Ahora restrega la palma de su mano derecha sobre su frente calenturienta. Se despereza como quien se despierta de un sueño, y dice para sí:
Resulta divertido mover el hilo de la historia de unos personajes que uno ni siquiera inventó, y sin embargo puede con ellos (si es capaz), hacer lo que le dé la gana. Es tan difícil conquistar la libertad como luego saber lo que hacer con ella.

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