Cada día que pasaba lo veía más nervioso. Se alborotaba por lo más mínimo. Recuerdo nuestra riña por querer yo colgar Los niños de Murillo en el salón del comedor. Él quería que el cuadro permaneciera, como yo, donde había estado siempre: en la cocina. Tan alocadamente tiramos entre los dos del cuadro que las uvas y las tajadas del melón salieron disparadas del óleo.
Luego, vino su caída al resbalar con los trozos de fruta desparramados por el suelo. Menos mal que no se hirió en la ingle con el cuchillo, que también se soltó del susto de la mano de uno de los pícaros; aunque sí tuvieron que escayolarle un huevo al quedar sus escrotos lastimados.
Yo ya no sé si la amargura que reflejaba su cara era por verse atado sin poder ir a magrearse con la limpiadora de la fábrica, cojitranco como estaba; o tal vez su malhumor le viniera de antes, por estar enfadado conmigo por alguna razón que yo desconocía; o mejor yo no quería que él supiera de mis falsos dolores de cabeza a la hora de acostarnos. Y al ver sus ojos saltones y encrespados hacia cualquiera de mis movimientos, recordé aquel vecino de mi abuela que queriendo ordeñar a una cabra sin leche casi le arrancó de cuajo las dos tetas al pobre animal.
No hay enfado que mil años dure. Luego en la cama el frío de la noche hizo el resto. Nuestro cuerpos se abrazaron como si con ellos no fuera la pelea. Y es que la carne es menos rencorosa que el espíritu.
Al día siguiente lo oí en el cuarto de baño cantar aquello de corazón, haz borrón y cuenta nueva. He de reconocer que yo también me levanté con deseos de hacer las paces. Y le dije:
Amor, pongamos el cuadro en la cocina.
Y cuando fuimos a colgarlo donde él quería, no sólo no estaban ni las uvas ni el melón en el cuadro, sino que los dos niños también habían huido, tal vez espantados por nuestra trifulca del día anterior. Luego, no me quedó más remedio que salir en busca del paradero de los pícaros del cuadro.
Han pasado cinco años de aquello. Lo que ya no sé es si mi marido seguirá allá esperándome en la cocina de la casa frente al cuadro en penumbras de Bartolomé Murillo.
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