
A mi me ha pasado, y me supongo, también a vosotros. Vas a un pueblo que no es el tuyo, y preguntas por una dirección, y te mandan a la otra punta del pueblo. Y no sabes si el que te orientó, cargado de mala leche, se quiso quedar contigo, o tal vez fuera aquel pardillo que no conociera ni los dedos de su mano.
Como soy representante de una editorial, acostumbrado estoy a preguntar por calles y recovecos. El municipio que hoy me toca visitar es de solera y tradición, mezclado de añadidos, recortes de pelotazos, ladrillos de comisión y rascacielos de hipotecas. Lo que se dice un pueblo-pizza con sus calles de juderías, aliñadas de resorts. Me sitúo en el cogollo del pueblo. Aquí todos se conocen. Puedes llamarte Juan y el pueblo entero te llama Abundio porque un día fuiste a vendimiar y te llevaste uva de postre.
Abro el pliego de mis futuros clientes. Y el primero que aparece es un tal don Francisco Hernández. Estoy en plena Plaza Mayor. Aquí pregunto al grupo de jubilados que jubilan junto a un arce de postín:
"¿Podrían indicarme ustedes por dónde anda la librería de don Francisco Hernández?"Todos, hasta el que lleva el sonitonex colgado de su oreja peluda, se encogen de hombros. Después de un rato de cavilaciones y ojos en blanco, el del garrote, el más abispado por su memoria de rabo de pasas y lecitina barata, se levanta del banco, se lleva la mano a la frente y dice en voz alta, pero para si:
" Don Francisco..., Don Francisco... Francisco Hernández que nosotros sepamos aquí en el pueblo nadie se llama... Pero ahora caigo, si te refieres al dueño de la librería que está junto a la iglesia, ese no es otro que el señor don Paco Pijo. Pero no lo busques, amigo, con otro nombre si quieres hablar con él".Ya más decidido me dirijo a los soportales de la iglesia, donde este librero tiene su establecimiento. Y convencido estoy de que me hará un buen pedido. Las Etimologías de san Isidoro al completo, incluido el trivium y el quadrivium, pienso adosarle a este tío. Abro la puerta y con el arte que me dan mis años de vendedor de libros de devoción, me inclino en suave reverencia. Y luego entono su nombre con la cadencia mercantil que me adorna la experiencia:
"¡Señor don Paco Pijo!"Y como si de repente cayera todo el artesonado y las estanterías llenas de santos y libros sobre mi cabeza asustada, veo saltar del mostrador con sus manos como garras de león a un hombre diminuto que con ojos como erizos, me amenaza:
"¡Paco Pijo, tu puta madre, y sal pitando que te arreo!"
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