
Siente la Placenta añoranza de aquella canción primigenia de unas calandrias escondidas en el embrión de su paraíso perdido, y se sumerge en el amarillo absoluto de una tarde sudorosa y quieta, placentera y pesada. Y el infinito amniótico de su inconsciente plomizo se aposa como la madre del vino en el fondo oscuro de su orza de barro, un mar lejano de sirenas y caracolas hundidas. Nada más nacer dejó de oír el canto de aquellas aves de inmortal acento. Por volver a escuchar la Placenta aquella antigua melodía olvidada, estaría dispuesta a quedarse sorda para toda la vida.
Y se sienta a leer esperanzada en el banco vespertino de sus días sanguinolentos de agua y calentura. ¡Si pudiera encontrar por fin en las palabras la música molecular y eterna de aquel feliz instante prenatal y extraviado! Y se acuerda de Kafka:
“¿Qué es un libro? Es un hacha que mata el mar helado en nosotros?”
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