Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá. (El olvido que seremos. Héctor Abad)
Tú también tuviste que elegir entre los evangelios y tu madre. Si alguien viene a mí, y no aborrece a su madre,... no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:25).
Y escogiste a Dios, apartándote de la mujer, de la naturaleza, de los colores del día…, despreciando el sabor de la dulce manzana del Paraíso.
A ti por aquel entonces nadie te había hablado del Panta rei de Heráclito, tampoco del Deus et omnia de Francisco de Asís, ni que todas las cosas son una, y que precisamente de la lucha constante de los opuestos brotaba la armonía y el conocimiento.
Vida y muerte, oxímoron, talismán, locus amoenus, recurso de poetas y místicos para decir que lo negro es blanco, que el sol sale a media noche, que la nieve quema, el llanto alegre, el felix culpa del pregón pascual, que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, o aquella otra sublime verdad que de la fealdad y de la contrahechura nace la belleza más santa para que una tal Esmeralda, hermosa y gitana, se enamore del jorobado Cuasimodo según cuenta Víctor Hugo en Nuestra Señora de París.
El cielo y la tierra, el bien y el mal, la luz y la sombra se juegan en estos días de Semana Santa su dual existencia. Los rivales saben de ante mano que el partido acabará en tablas, pues de este fraternal empate depende su entreverada y mutua permanencia en la liga de las esencias. De la contradicción por antonomasia entre la vida y la muerte, crucifixión y resurrección, nace la armónica amalgama de la cuadratura del círculo. Gólgota y Olimpo son un mismo monte por el que tú, pobre Sísifo, te las ves y te las deseas para llegar a la cima de tu eternal deseo.
Y al hilo de esta esperanza te enteras que unos científicos de la Universidad Illinois acaban de detectar células en el cerebro humano después de la muerte. Y te dices: ¡Por fin hemos localizado el gen de la inmortalidad! Sigues leyendo el contenido de esta investigación para quedar de nuevo desilusionado: Estas células tan sólo sobreviven unas cuantas horas más después que el corazón haya dejado de latir.
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