viernes, 6 de noviembre de 2020

De las palabras escritas no nacen las violetas




El otro día cuando dije quiero ser soberano / para que en mi mano el tiempo / no escriba ni mi destino / ni mi nacimiento arcano, pude también haber dicho que la palabra es capaz de detener el tiempo.

De vez en cuando me recreo leyendo en ese viejo cuaderno donde a veces escribo. Me detengo en la fecha del calendario que más me apetece. Es una sensación de omnipotencia, poder trascender con mi lectura la contingencia limitada de la temporalidad. Y así libar en cada momento la flor deseada.

En esta ventolera y lluviosa mañana, veo semióticos y nerviosos a los cipreses. Acosados sus jopos por el relampagueo incesante de una tormenta, que se aproxima por la cañada Morcillo, deletrean triste al viento su sintáctica melancolía.

Pasar página quiero de este momento. Me dispongo a buscar aquella otra agradable mañana de primavera en la que despuntaban con pasión las letras de los don pedros blancos, morados, rojos y amarillos bajo el parral precoz y voluptuoso de sus pámpanos verdes. Quiero volver a ellos para que su recuerdo active de nuevo aquellos agradables amaneceres, si cabe con más arrojo y belleza que fueron por mí, entonces, vividos.

La belleza se me escurrió de las manos. Fui incapaz de escribir el aroma que despedía el galán que se desmelenaba nupcial junto a la caseta del perro.

Debí esforzarme entonces en reflejar literariamente mejor mis sentimientos, para, ahora, prístinos, poder revivirlos. Y así escapar de este presente caduco, triste e hiriente. Hoy, sólo veo el gris deshumanizado de un ayer volatizado y errante. Y le pregunto a Publio Ovidio Nasón:
¿Por qué de las palabras escritas no nacen las violetas?



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