martes, 7 de mayo de 2019

No me miréis con ira





Desde el día que su zagal tuvo el valor de decirle, ¿papá, por qué me miras con esa cara?, el padre se da cuenta que el hijo no se siente querido por él, al menos como éste desea. ¿Acaso el hijo ve en la mirada del padre algún atisbo de frustración o rechazo? Una cosa es querer a alguien y otra cosa es que a ese alguien le llegue el cariño que tú le prodigas.

Y quiere saber el padre el porqué de la pregunta recelosa del hijo: ¿Por qué me miras con esa cara? O lo que es lo mismo: el padre se pone a buscar por ver si es capaz de encontrar esa mirada tranquila y elocuente, acertada y silenciosa que el hijo echa en falta, demanda y se merece.

Nos engañan a veces las palabras. Hasta los hechos inconscientemente esconden una segunda intención, tienen una doble lectura, nos tienden trampas. Lo que nunca miente es la mirada. Y más si ésta es huraña y arisca, como al hijo le pareció ser la mirada del padre. Y quiere el padre, por no mentirse a sí mismo, aprender a mirar a su hijo. Quiere limpiar su mirada de nubarrones y estigmas que le ensombrecen el alma.

Por eso el padre ha venido esta tarde al Grupo de Terapia Familiar de Afesmo de Molina de Segura. Quiere compartir con otros padres situaciones parecidas a las suyas. Por eso pregunta a psiquiatras, a políticos, a los psicólogos profesionales, a los estadistas y legisladores, a los percusionistas de la batucada, a la Asociación Salud Mental, a sus trabajadores, tutores y voluntarios. Por eso se busca a sí mismo, por eso va tras todo aquello que ayudarle pueda a encontrar esa mirada justa, amable, no institucionalizada, ni lastimera, sino personal y cercana que, como hombre necesita para poder mirar a su hijo de acuerdo como Dios manda.

Luego, acabada la reunión, el padre, de regreso a casa, como un cojo a su bastón, como un ciego a sus lentillas se agarrará a los versos del madrigal de Cetina para no perderse en los tropiezos, miedos y culpas en los que se ve atrapado:
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!,
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.






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