sábado, 6 de abril de 2019

El sindicalista y el reverendo







Camino de su iglesia el cura coincide con un conocido militante de la UGT. Improvisadamente y contra todo pronóstico, ambos hablan de cosas profundas. Las circunstancias inapropiadas y el poco tiempo que disponen no permiten sacar todo el jugo a la pequeña charla.

Es al amparo de la noche y la calma, cuando al llegar a casa, el sindicalista reflexiona sobre la filosofía del trabajo, tema sugerido por el clérigo aquella mañana de octubre de 1981. El sindicalista entiende que es petulante, apresurado y simple llamar filosofía a un asunto de conversación que apenas duró unos minutos. Con todo, a pesar de su brevedad, este encuentro resultó ser sugerente, sustancioso y preñado de significados relevantes. Lo espontáneo y la brevedad no siempre son sinónimos de insignificancia o superficialidad. Y al hilo de la arrogancia que a veces define a las personas, el de la UGT recuerda lo que ya dijera Hipócrates allá por el siglo III antes de nuestra era: Vita brevis, ars vero longa. Del reverendo y el sindicalista, tarde o temprano, no quedará ni el nombre. Hasta el eco de sus letras piadosas y militantes, al chocar contra las montañas del infinito, desaparecerán en el vacío. Sin embargo, de las encinas colgarán siempres sus frutos cada otoño.

A través de su paso por el mundo obrero, crisis económicas, convenios, huelgas y expedientes de regulación de empleo, el sindicalista considera que las relaciones entre el capital y la mano de obra desnaturalizan, deshumanizan a las personas. Desde su punto de vista el cura piensa que el trabajo sigue siendo necesario como supervivencia. Según el de la UGT el trabajo es fuente de solidaridad, arma para combatir la explotación. Para el cura en cambio, el trabajar es un precepto bíblico. Para el sindicalista, una maldición divina.

Debido a la reciente promulgación de la encíclica Laborem exercens, que el Papa Wojtyła acaba de promulgar con motivo del noventa aniversario de la Rerum Novarum, (no olvidemos que estábamos en octubre de 1981), tal vez el cura anduviera preocupado por los vaivenes y las contradicciones de la doctrina social de la Iglesia a lo largo de la historia.

Hablar del trabajo como colaboración humana a la actuante creación de Dios es muy difícil de entender para un sindicalista, cuando dentro del trabajo mismo se dan las mayores dependencias, injusticias, avaricias y reparto desigual inimaginables.

Años atrás, valores de teología como de lucha de clases marcaron en cierta medida la opción de vida tanto del reverendo como del sindicalista. Hoy, 6 de abril de 2019, en estos tiempos líquidos y fluctuantes que corren de secularidad, robótica, inteligencia artificial y cibernética, las civilizaciones ya no necesitan del aval de los dioses. El mundo de por sí tiene su propia autonomía, empieza a caminar por su cuenta, poco a poco, gracias a su evolución, va desprendiéndose de viejas ataduras incomprensibles. Ya es hora de que la Iglesia y Marx no sigan metiendo a Dios en un guirigay que nada tiene que ver con la homosexualidad, el aborto o el origen del mal, por poner un ejemplo. Dios no es un zampabollos metomentodo. Si existe, es otra cosa.

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