
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 1-7)Hace siete años y un día que dejé este mundo. Hoy, aniversario de mi muerte, respetuoso cumplidor de tradiciones y olvidos, me dirijo al camposanto; levanto la lápida de letras de oro donde el nombre y la fecha de mi defunción perviven a pesar del tiempo y la cirrosis ... Y me encuentro la tumba completamente vacía. Sorprendido, me toco como ciego que explora un objeto desconocido, como disecador, la cabeza de un toro degollado, como forense, el sexo de una calavera. Y como el Diógenes de la linterna no doy con lo que soy. Pregunto al sepulturero que no me da explicación alguna sobre mi desaparición.
Y sin más demora me encamino al juzgado de guardia -sección patentes- para presentar una denuncia. No es posible, además de injusto, que mi cuerpo invisible circule por un mercado de cenizas sin su debido código de barras.
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