
No siento desprecio por la especie humana; pero confieso que a medida que pasan los años siento a las personas como antes miraba a los animales.
Pongo por caso: si tiempo atrás observaba una fila de hormigas, no me percataba de la individualidad de los insectos que conformaban el trashumante sendero; los consideraba en su conjunto, por su carácter gregario, sin fijarme en distingos, confrontaciones o avatares personales. Que yo no diferenciaba un burro de otro burro. Todos cortados por el mismo palo, el rasero de su uniformidad solidaria.
Las hormigas como los elefantes son sujetos de frustración y deseo, supongo, de especificidad también adornados. Y al igual que nosotros, cuando lleguen los grises del otoño, me imagino, en sus ojos anidarán los pájaros de la melancolía, solitarios.
No siento desprecio por el ser humano; pero pasa el tiempo, y las diferencias con mis semejantes no me impactan tanto, sufro menos de competitividad y contiendas. Y si cabe soy más atraído por la generalidad, que por los desacuerdos, diferencias que nos hermanan como el fulgor de dos gotas de agua.
Gran prosa con un genial manejo de la palabra. Ruma.
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