sábado, 18 de julio de 2009

Salve marinera


A simple vista parecía un esperpento, un filme italiano de religiosidad y tradición ridiculizados, un fragmento.

El verano aquella tarde después de las faenas del día nos regaló una escapada desde el interior a la bahía. Estaba yo en la playa con mi pareja de turno, turno fijo el mio, con la costilla de siempre. Una excepción en tiempos de tanto picaflor suelto y colmenas desplegadas. Y la excepción ya es la norma. Y no lo veo mal por supuesto, que aquello del vínculo conyugal indisoluble: ni con nudos marineros, que siempre fue una tapadera para encubrir infidelidades en tiempos de amores sumisos.

Estábamos, como digo, en la playa. Era ya casi de noche. El agua en su salsa, divina, como luego se verá. Y tras el trayecto sudado nuestros cuerpos alegres rebosaban frescura, esa caricia que el agua a la carne sabe dar. Y de pronto el eco de unos tambores precedidos de unas motos con sus faroles azules, zizagueantes, abren la procesión de unas antas y una pequeña santa empinada sobre un barreño de flores. Los bañistas sorprendidos, desprevenidos como cogidos en braga, incrédulos nos restregamos los ojos para salir del asombro. Dejamos nuestra toalla, la silleta, el protector y el bote de la cerveza, y cual otros pastorcillos de Cova da Iria deslumbrados nos acercamos descalzos al inesperado expectáculo, un ingrediente más de nuestro turismo regional catolicista.

Para quien vino de fuera podrá luego contar a sus vecinos la anécdota de sus vacaciones: en un viejo pueblo anclado junto a un peñón del sureste un grupo de pescadores curtidos y con trajes de domingo por el paseo del mar llevan fervorosos sobre sus hombros quemados la imagen de su patrona y en su corazón guardadas las redes de su esperanza salada.

Y yo quería que a la Virgen la metieran en el mar. Y así fue. Los devotos con su patrona a cuesta entre sombrillas y tooples giraron en vertical hasta mojar en el agua sus zapatos nuevos, sus plegarias, incluidas las rodillas y sus penas enredadas. Caminaban sobre el mar y sus secretos. Tres veces se sumergieron y alzaron el trono hacia el cielo. Espontáneamente los bañistas aplaudimos. Yo también, otro escéptico.

Y lo que al principio me pareció un esperpento, una parodia de niños, una mojigatería más, lo viví como un misterio: los secretos de la mar, nuestro origen, pescadores que salieron a faenar y no volvieron, inmigrantes sepultados por el agua, estrellas encenagadas, el hijo de un compañero que se ahogó en aquel agosto turbulento, y los versos de León Felipe:
"...marinero...
no te asuste
naufragar
que el tesoro que buscamos,
capitán,
no está en el seno del puerto
sino en el fondo del mar."

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