viernes, 10 de abril de 2009

Viernes santo



Quería yo esta mañana escribir sobre la muerte de aquel insumiso de Palestina, pero las palabras me llevan a la ciudad del L`Aquila donde casi trescientas personas han muerto a causa de un seísmo.

Y como entonces otro profeta, un geólogo a-divino en un programa de televisión avisa a la población del seísmo. El sol se oscurecerá. El Templo de Salomón será abatido. Le llaman imbécil. Nadie le cree. Y tras desaparecer del mapa una ciudad, el mundo sigue. Este fin de semana los equipos de fútbol italiano jugaran sus partidos. Y yo al sol que más calienta me tomaré mi aperitivo.

A pesar de atrincherar nuestro cuerpo con un sistema antimisil, de resistencia antisísmico, la muerte siempre se sale con la suya. Pero la fatalidad de cualquier muerte remediable, incluida la de Cristo, no debiera quedar inmune, ni pasar inadvertida. Y aquellos que, incluido el mismo dios, mandaron a la cruz al hijo de un carpintero, cuenta debieran dar por ello.

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