viernes, 5 de diciembre de 2008

El Prota



Erase una vez el Prota que vivía gracias a los restos que de él quedaban. Desde que el Protágoras de Abdera viviera en la exuberancia de un partenón de naipes han pasado veinticinco siglos.

“Somos lo que comemos” le dijo una vez su endocrino. No es que el sofista fuese un caníbal dado de alta, declarado y presumido que espantara a su vecino, pero a decir verdad en la intimidad este retórico empedernido sólo se alimentaba de su propio ego. Empezó por comerse las uñas y acabó royendo el hueso sacro de su espina dorsal, la esquirla más sabrosa de su cuerpo según el sentir guormetiano de los dioses del Olimpo.

Tan poseído estaba nuestro Prota, de sus propias obras que quiso ser él mismo, él solo, el único, la exclusiva referencia del cosmos. “Homo omniun reum mensura est”, era su frase favorita. Y por cierto vino a ser prohombre, rico y muy exitoso en negocios y política.

Y también llegó el día en que el Protágoras de la Grecia brillante de Pericles, el capitalismo de aquel entonces, ya no dispuso de más saldo en su cuenta. Así que una vez consumidos los quince mil dracmas de su crédito, el relativista del Prota hizo extensiva su carne al resto de los homínidos y siguió con sus habituales banquetes antropofágicos hasta que murió de una autoindigestión anunciada.