lunes, 18 de agosto de 2008

¡Y a mi más!



Anoche vino a cenar a casa un amigo acompañado de otro amigo argentino a quien yo no conocía de nada. Ya se sabe: los amigos de mis amigos son ...

Nadie va por ahí preguntando a qué saben las vísceras del vecino, o de que color son los pecados del alma. Que para confidencias íntimas es preciso haber comido antes varias veces en el mismo plato de tu interlocutor inoportuno.

Pues bien, el amigo de mi amigo nada más empezar a cenar va y me suelta a bocajarro:
“¿Blao, tú crees en Dios?”
Confieso que esta pregunta por lo inesperada y sin venir a cuento me cogió fuera de juego. Que no es lo mismo que te pregunten si va a llover, o si los cangrejos tienen el bulbo raquídeo torcido.

Me pasó como aquella otra vez, otra celebración entre amigos, a la que siempre acude alguien a quien jamás has visto. Y fue precisamente este menda que cayó justo al lado de mi mujer. El desconocido no paraba de hablar con ella; y a la hora de los brindis, en medio de la algarabía y delante de la concurrencia, me suelta de sopetón muy serio y convencido:
“Sabes que tu mujer me gusta!”
Confesiones como estas juro por Dios que hasta ese día nadie me había hecho. Y fue aquella inusitada como atrevida confidencia la que me dejó mudo y sin reacción durante unos segundos. Pero mi orgullo y mi celo macho que no me abandona ni durmiendo me socorrió al instante con un veredicto que arrojé cual jabalina envenenada a la trompa del muy descarado amigo de mis amigos:
“¡Y a mí más, no te jode!”
Y volviendo al argentino de anoche preocupado por mis creencias, cuando de nuevo me preguntó que tal me parecía Dios, le contesté sin más:
“A mi hasta la fecha no se me ha aparecido, ni tampoco quiero. ¡Que no tengo casa para celebridad tan grande!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario