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Había una mujer que se alimentaba de las letras que escribía. No es que la mujer viviese del dinero que sacaba con la publicación de sus textos.
No. Literalmente la mujer conforme dejaba caer en el papel una palabra, al momento cogía servilleta, tenedor y cuchillo y se la comía como si fuese un solomillo en salsa. De tanto escribir la mujer engordó demasiado. Y tras la grasa abultada de sus textos la mujer se escondía de sí misma, huía del mundo que le rodeaba. La mujer en cambio decía que a través de sus palabras se desnudaba, se encontraba a sí misma. Mentira.
A la vista de la pintura de Lucian Freud todos bien sabemos que el excesivo encebamiento personal acaba por ocultar nuestra más íntima belleza. Nunca vi yo mujer tan desnuda y al tiempo tan recatada. Y es que a veces nos destapamos para encubrir nuestro encanto.
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