
La piedra no es que fuera muy vistosa, pero era su talismán milagroso. Allá donde doña Gema fuera, en su bolso la llevaba como una reliquia guardada en su bolsita de tela. Con ella sacó las oposiciones de mecánografa del juzgado. Y si tuvo la suerte de que el hijo del secretario del ayuntamiento, su hoy marido, se le declarase, fue porque mientras duró aquel primer beso, ella no dejó de acariciar la piedra con el mismo embeleso.
Gema se la encontró en una excursión de Primaria siendo aún ella una niña al pie de las pinturas rupestres de la cueva del monte Arabí. Y desde entonces su admiración por la piedra se hizo eterna. En sus apreturas de tripas, así como en sus angustias del alma doña Gema con sólo rozar las yemas de sus dedos por la superficie confiada de la piedra todo vuelve a la normalidad, a ser fluido como el correr del río. Y si es que en un contratiempo las olas de su ira se desatan porque su marido regresa a casa de madrugada y bebido, un simple toque de piedra basta para dejar bien atada su furia.
Hasta ahora la piedra ha sido su amuleto, su brújula, su vademecum, la respuesta a sus preguntas, su garrote, el lexatil de sus nervios. Doña Gema puede perder las llaves de casa, el monedero, la lista de la compra, cagarse en la madre que parió a su esposo... pero nunca jamás perdió la piedra. Mejor dicho la piedra nunca abandonó hasta ahora a doña Gema por mucho que su marido la engañe con la mujer del alcalde. Pero la piedra anda ya un poco gastada de tanto sobo obligado.
Por eso anoche la señora del hijo del secretario del ayuntamiento del pueblo tuvo un sueño, un sueño tan obsesivo que al llegar la luz del día se transformó en fatal decreto. La piedra se le apareció deslumbrante y le dijo imperiosa a su inseparable compañera:
“Doña Gema, ha llegado el momento de que a partir de ahora cada uno ande su camino. Debes devolverme al lugar donde me cogiste. Ya no necesitas de ningún dios menor que te saque las castañas del fuego. Por otro lado habrás notado que mi poder ha disminuído en estos últimos años. Sin ir más lejos el otro día por más que me sobaste no conseguiste aparcamiento.”Doña Gema después de treinta años vuelve a la cueva del monte Arabí. Y desde lo más alto del cerro, de frente al sur, tira la piedra hacia el norte de sus espaldas. Y con tanto brío la lanza que su cuerpo se va detrás de la piedra. Las dos caen por el precipicio. Cinco horas más tarde un equipo de rescate encontró muerta a doña Gema.
Nadie vio que junto a la mano lánguida y yerta de doña Gema, a tan solo un palmo de sus dedos estirados, una piedra diminuta brillaba con más fuerza que los demás guijarros.
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