El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yahveh. (Deuteronomio 23:1)
Paciente preocupado por la sexualidad acaba de pasarme un escrito donde relata uno de sus sueños. Quiere que yo trate de desenmascarar sus partes oscuras. El texto dice así:
“Andaba yo sucio y maloliente afeitándome al aire libre. Sentado en los escalones de cemento de una plaza cualquiera de los muchos pueblos en los que he vivido. Charlaba con un grupo de compañeros, todos ellos, aun a pesar de ser amigos, eran para mí desconocidos. De pronto vi como recién salido de la edad media al maestro Eckhart, aquel místico del desapego, espíritu libre de credos, equilibrios y plomadas, que fuera procesado por la inquisición por decir que Dios era la Pura Nada. Iba el dominico completamente borracho, vacío de su propia identidad. A los cuatro vientos cual lúcido platónico gritaba como un endemoniado: A quien bebe del espíritu, le sobra la carne.
Nada más reconocer al viejo profesor de teología de mis años en la universidad de París, salí corriendo a sus brazos. Quedé de gratitud colgado a su cuello, pero con tan mala fortuna, que ambos caímos al suelo. Oí como mis compañeros, al vernos de manera tan ridícula postrados en tierra, reían escandalosamente a nuestras espaldas. Luego de incorporarnos, andamos un trecho juntos, para enseguida separarnos. Como dice la canción: tú por tu camino y yo por el mío. Nuestra conversación, debido a su embriaguez y a mi onírico estado, fue hilarante, superficial. Tan sólo recuerdo de interés estas palabras:
Bebo para olvidarme de mí y encontrar el verdadero conocimiento. Si huyo de mi es para no tropezarme conmigo.No recuerdo despedida alguna. Quise volver donde dejé a mis amigos, pero habían desaparecido. De pronto me encontré en los aseos del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. El jabón de afeitar se había secado en la cara. Me mire al espejo, y mi rostro era un bosque de árboles tallados, troncos tumbados, ramas secas... Temí por los futuros incendios ardientes del verano. Los grifos, el del agua fría y la caliente, escupían incontinentes chorros cual pozos artesianos. Toda la estancia, los urinarios, el dormitorio quedaron al momento enlagunados. Metí la mano para desatascar y quitar el tapón que tal vez impedía que el agua siguiera su curso natural por el sumidero, pero encontré que unas bragas rojas obstruían el agujero del desagüe. Una muchacha con el pelo rizado y suelto, con risa agradable apareció detrás de mí acicalándose frente al espejo. Por cortesía o por vergüenza le dejé libre el sitio y me fui en busca de otro lavabo para terminar de afeitarme a solas. Intenté encender la luz, pero la bombilla estaba fundida. Me acerqué a una gran ventana ojival, rosetón catedralicio y, a la luz radiante de la mañana que entraba por la Plaza de la Pilotta, por fin pude terminar de afeitarme. Pero al instante descubrí que como nariz tenía un enorme pimiento reventado y purulento en forma de pene mutilado. A pesar de tan calamitoso estado, no sentía dolor alguno. Ni siquiera la herida me afeaba; más bien confería a mi cara un toque original que añadía a mi personalidad una cierta dosis de falsa fortaleza.”
Hasta aquí el relato del sueño que esta tarde un paciente me ha traído a la consulta para su interpretación. Como dijo el evangelista: Quien pueda entender, que entienda. (Mateo, 19:12)
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