jueves, 6 de junio de 2019

Y dale con la burra al trigo



No soy nadie para proclamarme denostador ni garante de palabra alguna. Doctores tiene la Academia. Pero desde hace unos días resuena en mis oídos una palabra en concreto que llama mi atención, ya no sé, si por la carga particular de dicho término o por mi susceptibilidad semántica no ajustada a canon objetivo alguno, dada mi profana formación lingüística. El sintagma en cuestión al que me refiero y sus derivados, (tales como regeneración, regeneracionista, regeneracionismo...), no para de repetirse tanto por unos como por otros en estas dos últimas semanas infladas de negociaciones y pactos. Y dale con la burra al trigo.

Una palabra se defiende ante otra con uñas y dientes. La mesa no es una bicicleta. Y no quiere la mesa ni la bicicleta ser instrumentalizadas por ningún hablante que quiera dar sentido equivocado a sus cuatro patas o a sus dos ruedas elementales, mi querido Watson. Debo confesar que me siento más seguro en el campo natural de las palabras que en el reino de una realidad que a veces no entiendo. Por eso mi enfado cuando hay quienes sacan del baúl del diccionario palabras para confundirnos o para sublimar lo inasumible.

Revestir la palabras con segundas intenciones no es justo, es faltarles al respeto. Ellas son lo que son. Jugar al despiste con su inequívoco significado es delito gramatical. Me chirría, por tanto que haya quienes quieran llevar las palabras al agua de sus sardinas saturadas de cloro pseudo-politizado. No es lo mismo que a unos se les llene la boca hablando de "regeneración", cuando lo que pretenden es cambiar de posición. O lo que es igual, ya lo dijo el Gatopardo, que todo siga lo mismo.

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