sábado, 18 de enero de 2014

Amor y suerte (El Jugador de Dostoievski)







Después de un gran esfuerzo, el lector de El jugador de Dostoievski le cuenta a la muchacha sus sentimientos más íntimos, le habla de su amor, de su pasión por ella. Y la chica, como si nada: en otra cosa. Como si ocultara algo, o le agobiara la sinceridad del joven. Y la muchacha, unas veces, corta la conversación con un jarro de agua fría: venga, venga, vamos, que se hiela la comida. Y otras,  esquiva subliminalmente el tema con un: ¿no te has fijado lo alto que vuelan hoy las golondrinas?

Como aquella otra vez, que ella se desnudó en su presencia, sin reparar siquiera que él estaba delante. El lector, el afortunado en el juego y desgraciado en amores, se siente nadie, menos que nada, vejado en su virilidad más erguida, a si mismo se ve como cualquier objeto de la habitación, y mira con compasión la escoba postrada en el rincón de la cocina. Y esta humillación sentida, le hace jugar, leer, ilusionarse, leer y jugar para ver si así con su lectura burlara al destino. Para, luego, decir enajenado a la muchacha, como el Alexéi de la novela a Polina:
Si algún día te mato, me quitaré de en medio yo también, (pero, retrasaré el matarme lo más posible para sentir el dolor intolerable de no sentirte).
Y ya desde el principio, el lector se siente identificado con ese sentimiento de perdedor irresoluto: ser un pelele movido por hilos ajenos, clavo sujeto al imán del capricho de una mujer. Y desiste seguir comentando la novela. No más seducción ni caracoleos que valgan, que el amor es simplemente un juego, y su suerte la cantan los números que al azar se suceden sin ley ni razonamiento.

Más que escuchar lo que el libro cuenta, el lector de Dostoieski se preocupa ahora por lo que el libro le sugiere. El lector no se debe al texto, es más bien el texto el que debe ajustarse al lector, -se dice a sí mismo, para justificar el rechazo que la muchacha le inflige. Y así el lector, ante el buen hacer del escritor, se desentiende de las palabras que lee. Tan bien dichas y puestas en el libro están, que no sólo, estas palabras son emoción y vida en la boca de los personajes de la novela, sino vibraciones de derrota en el alma masculina del lector incansable de amor y chance.

Y el lector lee y lee, por ver si alguna palabra le trajera la suerte. Y conforme avanza en la lectura, más indigno se siente, por verse arrastrado ante quien no le corresponde. Y se queja el lector de que su amor no allane desigualdades y arrase las espinosas alturas que entre el joven y la muchacha se dan cita, citas siempre muy mal avenidas. Y el lector se pregunta: ¿Qué reglas ordenan y mandan que uno de los dos jugadores deba permanecer sumiso, obediente y recadero, y el otro en cambio permanezca siempre tan endiosado y ausente?

El amor momentáneo y galán, oportunista y puntual del lector despechado, que se arrastra ante la veleidad petulante, airosa de su amada, (o viceversa), no merece llamarse amor. Apostar por su nombre es caer disparado en bancarrota. O tal vez no. Y el lector no sepa amar a la mujer que hay dentro de la muchacha; o mejor, no entiende lo que es el amor. Polina, cuando manda a Alexéi a ponerse en ridículo ante el barón Wurmmerhelm, lo que quiere tal vez, es que Alexéi saque su lado más canalla, su poder y rebeldía; y así ella enardecerse en amor hacia el hombre por su coraje y fortaleza. Y es que el lector tampoco sabe como quiere ser amada una mujer. Y si no vean ustedes mismos como describe Harold Pinter el Amor eterno, el amor a simple vista:
La amo. La amo con toda el alma. Creo que es una mujer maravillosa. La vi sólo una vez. Se dio vuelta y sonrió. Me miró y sonrió. Después paró un taxi de la fila. Le dio instrucciones al conductor, abrió la puerta, entró, cerró la puerta, me echó una última mirada a través de la ventanilla y luego el taxi arrancó y nunca más la vi de nuevo.
Y así el amor que Dostoievski a este lector le muestra, más bien parece una cadena en la que los eslabones se suceden, unos como verdugos, y otros como víctimas; de modo que un mismo eslabón puede ser al mismo tiempo yunque y martillo, según quien tenga detrás o delante.

O tal vez el amor sea una sorpresa. Y no, por naturaleza, todas las sorpresas son buenas. Las hay desconcertantes, y hasta malas y odiosas. El amor es un enigma. Y se acuerda ahora el lector de las palabras que Diotima le dijera a Sócrates, cuando el ateniense le preguntara, allá en Mantinea, por el amor:
Que sepas, Sócrates, que el amor es un demonio, un medianero entre los dioses y los hombres. El Amor es hijo de Poros y Penia, los padres de Venus. El amor es pobre, como su madre, sin sandalias, desnudo, sin domicilio; y cazador, como su padre, siempre en busca de lo que no tiene.
El lector se cansa de lo que no entiende, de sus rivales en el juego del amor, de los celos, del británico y del francés, de la hipocresía de generales, barones y condes. Y así, cuando aparece apoteósica la babulinka, espontánea, y sin miramientos, original y extravagante, tacaña con los egoístas y dadivosa con los humildes, desenredadora de chismes y pleitos, repartidora de ganancias, el lector, como Alexéi, paralizado queda de asombro, y de nuevo se entusiasma y se sacia con la lectura de Dostoievski; y se encariña de esta abuela desinhibida y franca, libre como un don Quijote.

El lector por fin, cierra el libro, antes de llegar al final. Piensa que el autor de la novela, como buen narrador, atará cabos, redondeará la historia. Y hasta tal vez recomponga el amor perdido entre Polina y Alexéi. ¿Pero, para qué seguir leyendo? -se dice el lector- Está claro: el amor, si existe, es esa sensación de vértigo y belleza, inmortalidad y goce, chance admirable, tan admirable que ficción y realidad se dan la mano en una jugada de amor sobre la mesa. Y lo mismo hace Alexis cuando dice:
He recogido mis cuartillas, he vuelto a leerlas, (¿quién sabe si las escribí sólo para convencerme de que no estaba en una casa de orates?) Ahora me hallo enteramente sólo.

1 comentario:

  1. El amor existe
    pues existe el desamor
    y también aquellos sastres
    los que fabricaron la invisibilidad
    e hilvanaron nuestro ser
    de nuevo, a la vida

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