
En la penumbra de la cárcel de Argel escribe el Cautivo para que de los labios de Sancho el sabor de los torreznos asados nunca desaparezcan de su boca hambrienta. Y aquel suave olor a vainilla de los labios de Aldonza tampoco se los lleve el tiempo.
Y las letras de Cervantes le robaron un cacho de su belleza a Dios. Y con su cálamo en ristre el Cautivo pagar quiso con su escritura el placer de su rescate. Y su pluma fueron los remos con los que alcanzar pudo la costa del Otro Lado, el silencio del olvido al descubierto, la inmortalidad elocuente. Y sus leyendas de ingenio, lima de cadenas, el fin de su cautiverio.
Pues escribir es salir y bogar hacia el jardín de Zoraida, romper los barrotes del cuento de nuestra historia, y así poder acabar libre y rendido en el dulce regazo de los pechos de Lela Marién, aquella bella nodriza que ayudó al capitán Saavedra a escapar de los molinos de su realidad más cruenta.
"´Sabete Sancho, que no es un hombre más que otro, sino hace más que otro" Sigue, Juan, escribiendo... “Que la virtud más es perseguida de los malos que amada de los buenos.”
ResponderEliminarY con Cervantes, en buena compañía, te dejo...
Buenas noches, Juan.
maravillas