Hans Castorp, el protagonista de La montaña mágica de Tomas Mann: Aquí no hay tiempo, no hay vida.
El tiempo no llama a mi puerta. Entra en casa sin previo aviso. Es mi dueño Sin él no estaría viva. Soy su agradecida cenicienta. Y ojalá por muchos años. El mismo día que vine al mundo se quedó a vivir conmigo. Desde entonces mueve cada uno de mis pasos. Es mi alma, el aire que respiro. Aunque su compañía no siempre me resulta grata, sobre todo cuando me muestra su cara más fea, y me hace llorar de rabia. Pero prefiero su presencia respetuosa y callada a la nada de mi existencia. No es un extraño. Pero de tanto verlo, ni lo noto, ni lo siento. ni siquiera sé si existe. A veces me quiere tanto que se me hace empalagosa su presencia. Con mi inseparable compañero me pasa lo mismo que con las calabazas que cuelgan en la entrada de mi casa. Lo mismo que con la luz que alumbra el día. No lo echo en falta. Pero si no lo tuviera, seguro que la tierra que vivo desaparecería bajo mis pies sedientos.
Ahí las puse. Aunque creo que ellas ya estaban aquí antes que yo viniera. De las calabazas me gusta sobre todo la flor, los sabores de su amarillo. Me las regaló un amigo a quien no conozco. Ni siquiera sé si tiene nombre. Las calabazas me recuerdan mi peregrinar y aguante. Son mi alimento, referencia y símbolo. Ellas se balancean al espíritu del viento, aliento del que respiro. El día que las calabazas dejen de bailar al aire, mi vida dejará de tener sentido. Se acabará de la huerta su danza.
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