martes, 21 de febrero de 2023

La dulce mentira del amor


 

¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.

(Charles Baudelaire)


El otro día fuiste con unos amigos al mercado de Los Belones, un pueblito que está a las mismas puertas de La Manga. Recuerdas que a la hora de la comida en un pequeño restaurante playero, tal vez enardecidos por el delicioso yantar, os enzarzasteis en una etílica conversación sobre la naturaleza del amor.

Concretamente alguien un tanto platónico dijo:

Nos enamoramos, de un proyecto, de una idea construida previamente en nuestra imaginación. El amor es un acto del cuerpo, pero lo es sobre todo de la mente, es un acto cognitivo. El amor es por tanto fruto de una elaboración subjetiva. Nadie se enamora de la materia a secas si a la vez en ella no imprimimos belleza y sublimidad, conceptos que nacen de la inteligencia, del deseo, más que de los destellos hermosos que brotan de la persona que amamos. El amor, aunque parezca que viene de fuera, avivado por la manzana jugosa del Edén más apetecido, en realidad nace del fondo de nuestro onanismo.
Mientras que tú mirabas perplejo al filósofo de tu amigo, él insistía:
Nos enamoramos de otra persona, no de aquella con quien hacemos el amor. Y en este sentido, me atrevería a decir que el amor es una mentira, porque entre lo que amamos y la persona que amamos existe una gran desavenencia real. El enamorado no ama a la persona que ama, sino lo que para él representa.

A la noche, cuando te apretujaste contra tu pareja en la cama, le susurraste tierno al oido: 

¡Cuánto te amo, mi dulce y bella mentira! 

Luego, lo que tu mujer te contestó, por vergüenza te lo callas. No viene al caso. 

 

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