miércoles, 9 de diciembre de 2020

El okupa de Bartleby


Leo de un tirón Bartleby el escribiente de Melville. Un relato tenso, circular, interpelante. Bartelby se resiste a ser desalojado de las oficinas de un piso de Wall Street, donde es copista bajo las órdenes de un abogado. El escribiente toma su lugar de trabajo como su habitual casa y residencia. Su actitud negacionista, (como se dice ahora), me atraviesa de lado a lado. Su extraña conducta, pulcra y pacífica, expresada siempre con la misma frase respetuosa de preferiría no hacerlo, cuestiona mi más aplastante lógica, se mete dentro de mí cual afilado interrogante: ¿Por qué una historia sin apenas trama alguna, tan simple y reiterativa, (y no por ello exenta de excelente hechura literaria), me causa tanta tensión? Más que tensión, yo diría que me he visto envuelto, implicado por este oscuro personaje, un tanto anormal, autista y cabezota, pero de mesurada presencia, que se resiste a acatar las disposiciones de un jefe que no sabe cómo deshacerse de su pasante. Intuyo que, tras la postura tan decidida de Barleby, puede que haya alguna razón de peso, razón por otra parte que no logro adivinar. 

Sí, ya sé que soy muy dado a dejarme somatizar, obejetivizar, hipnotizar por cualquier cosa que leo, que vivo. Debo de tener la piel muy fina, como el vientre pelado de los sapos. O tal vez tenga yo dentro muchos sapos, muchos cabos sin atar, muchas cosas que desconozco, para que un simple relato me conmocione de esta manera. Mi aturdimiento y espasmo, creo yo, se deben precisamente a esta ignorancia. Al no tener una percepción definida, segura y completa de mí mismo, me identifico con cualquier cosa. Y así me veo retratado tanto en el tozudo subordinado, como reconocido en su empleador compasivo.

Como a Bartleby, me basta mi soledad. Puedo aguantar, como este escribiente, encerrado las 24 horas del día enviando cartas muertas que nadie jamás leerá.

Este es un texto absurdo, empecinado, que se atasca en la misma piedra, siempre en las mismas palabras (sin razonamiento alguno) de Bartleby (preferiría no hacerlo). Cuando la lógica se quiebra y su rama incontrolada viene a darme en la cabeza, es entonces cuando su sinsentido es capaz de abrirme el entendimiento. Debería entonces vislumbrar el mensaje que Melville tal vez haya querido darme: la pluridimensionalidad del ser humano. Al mismo tiempo puedo ser libre y esclavo, contratante y contratado, desahuciado y okupa… Nostálgico solidario con cualquier causa.

La lectura de este relato me trae al recuerdo un caso parecido en el que me vi implicado, allá en mis tiempos de autoexilio en Francia (1973).  Lean si no:

Abril 1973
Coincido con Pepe, un valenciano despedido de nuestra empresa. Me dice que no tiene donde alojarse. Me cuenta que tuvo que salir de España perseguido por la policía por asuntos relacionados con ETA. Compadecido, le ofrezco provisionalmente que se quede en mi chambre (los altillos del Boulevard Haussmann). Como tampoco dispone de otros posibles, comparto con él el poco dinero del que dispongo. Pasa el tiempo y él sigue viviendo aquí. Tampoco busca trabajo. Sospecho de su sinceridad. De las cartas que su mujer le escribe descubro que Pepe es un promotor fracasado que, con el pretexto de su desafección al Régimen de Franco, se está aprovechando de mí. No tengo valor de encararme con él. Pero no puedo seguir siendo cómplice de su mentira. Le digo, para quitármelo de encima (es la verdad), que me he buscado otro alojamiento por Aubervilliers, en las afueras de París y, que las condiciones de mi nuevo domicilio, no permiten que se venga a vivir conmigo. El otro día lo vi durmiendo como un clochard en la estación Porte de la Villette. Se me partíó el corazón.

 (El color de los días. Pág. 43)

Se me partió entonces el corazón, como se ha partido ahora al acabar de leer El escribiente y leer, que Bartleby ha sido desalojado del despacho donde trabajaba. Es llevado por vagabundo a la cárcel, donde, a los pocos días, muere por inanición.

Todavía llevo el bulto del valenciano aquel. Ni por las buenas ni por las malas me lo pude quitar de encima. En el Bartleby de ahora, en el valenciano aquel de entonces, en los dos, hay algo que, como al narrador de El escribiente, me conmueve y me desconcierta. Me desconcierta tanto como le desconcertara tal vez a Melville, que no atinara a desprenderse del personaje que él mismo había creado. Y es que se nos hace muy difícil echar de nuestra propia casa al ser que llevamos dentro.

¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!

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