domingo, 4 de octubre de 2009

Luces de sombra


Los he visto por la playa cargados de cachivaches, por las terrazas de los bares, a la entrada del paseo. Huelen el ocio ajeno, la comodidad y el dispendio. Se acercan tímidos. Recelosos del desprecio.

En sus mil manos exhiben lo más variado: una guitarra de cartón, un despertador, baritas fluorescentes, llaveros, sacacorchos. Objetos todos simbólicos que tienen que ver con el tiempo, la ensoñación, la libertad y la luz. Ofrecen lo que no tienen. Y lo que tienen, una vida atormentada, se la guardan para ellos. Los más fornidos sobre sus espaldas mojadas cargan alfombras, ventiladores de pata, y hasta cajas de herramientas para apretar los tornillos de alguna conciencia mala.

No soy déspota ni extravagante, pero sí un poquito raro y retorcido y ante situaciones de desigualdad manifiesta pierdo el equilibrio, echo el carro de mis desenfrenos por el pedregal. Mi culpabilidad me delata. Y ayer cuando sentado en el velador de la plaza del Teatro junto a mi rubia de turno, una cerveza fresca, esperaba el comienzo de la Ópera, un inmigrante al ver mi desocupado semblante me ofreció lo que llevaba. Un "no insista" le dije para que me dejara tranquilo y no removiera mi ennegrecida inocencia.

Pero ya se sabe, el hambre y la necesidad es terca. Y el vendedor ambulante al ver mi semblante de cavilación no se fue hasta que no le compré una diminuta linterna.

Luego cuando terminó La Traviata, nada más llegar a mi casa una tormenta hizo saltar el fusible de la luz. Y la linterna del moro me vino como anillo al dedo para deshacer mis sombras.

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