El quehacer creativo es instintivo. Incluso antes de su conciencia el bebé crea, si es que quiere seguir vivo. Y así desde sus primeras horas de vida, se sirve de sus artes, de su imaginación apenas imberbe, el olfato por ejemplo: para encontrar la leche del seno de la madre.
Vivir es crear. Y según este atrevido enunciado todos seríamos artistas, o mejor dicho el arte sería nosotros. Sin el arte la existencia sería imposible. El arte es la manifestación suprema del pensamiento y la conciencia. El arte salva a la historia de su determinismo y al hombre de su ceguera.
En un principio el arte fue vida, sentimiento y latido. Y artistas fueron nuestros antepasados con la fabricación de sus instrumentos de caza, artistas en encontrar su hábitat y camino, artistas en la siembra y en la recolección.
Y luego ese instinto de no querer perder la vida hizo que imprimiéramos el color, grabáramos el canto, reprodujéramos la imagen de la naturaleza entera en las paredes oscuras de la cueva de nuestro miedo a la muerte cual póstumo deseo de no querer que nos quitaran lo "bailao".
Y así fue como el arte "vital" se convirtió en "producto" en el sentido más mercantilista del término. Y dejamos de ser nosotros mismos. Y el aroma de la rosa vino a ser el quehacer artístico y envasado del adiestrado perfumista de olores plastificados.
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