martes, 12 de mayo de 2009

Llamada perdida


Aquel hombre no hacía otra cosa que recorrer las cabinas de teléfonos de toda la ciudad. Se levantaba muy temprano. Y cual habilidoso predador sustraía del depósito de devolución las monedas sobrantes de olvidadizos usuarios que le precedían.

Hay quien vive de la palabra, abogados, visitadores, políticos, conferenciantes. Pues bien este hombre malvivía del dinero conseguido por palabras pagadas y que nunca llegaron a decirse.

Eso me creía yo. Y sentí curiosidad, casi admiración, por su honrada astucia. Y un día lo seguí de cerca. El hombre vivía sólo. No hablaba con nadie. Y a pesar de que en las encuestas salimos a tres teléfonos por persona este hombre ni siquiera un móvil tenía. Pero esperaba una llamada, una llamada perdida que jamás llegaba. Y sus pies vagaban como pasos tras la inexistencia de un camino. Como andaría la luna si no tuviera el sol como referencia.

Y fue entonces cuando vi que el hombre antes de hacerse con el dinero sobrante de la cajetilla, descolgaba el teléfono para oír lo que la operadora le decía:
“El servicio contestador de telefónica le informa de que no tiene mensajes.”

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