
La importancia de las cosas no está tanto en su valor y condición, oportunidad y significado, influencia y logística. A veces, simplemente una camada de conejos, una gallina con sus polluelos, el quejido de una rama al quebrarse, el murmullo feliz del agua, una salamanquesa en el resquicio de la piedra húmeda, valen tanto como la toma de la Bastilla, el G20, el acorazado de Potenkim o el aparcamiento de san Esteban.
¡Y si no que se lo digan a la viejita de mi vecina! La enterramos ayer. Y se llevó a la tumba el placer de haber sacado adelante a su nieta huérfana. Toda una monumental obra digna de un rosal en primavera.
No hace falta ser rico, ni sindicalista, ni alpinista, ni siquiera poeta, para amanecer y sentirse dichoso y repartir alegrías. Basta con tener ojos en las entrañas. Como mi vecina, que aun cegada de cataratas, alumbró con ojos de primavera a la luz callada del alba, su nietecilla querida.
¡Ojos de primavera!
ResponderEliminarMirada que amanece,
rebotando alegrías entre las piedras,
llena de esperanza,
arrancándole ausencias a la muerte
y distancias al espacio.
Llanto que humedece el campo,
para que florezca la vida.
Así de significativas son la importancia de las cosas, Azulada. No hace falta ser nada más que una cuerda de sensibilidad humana vibrando.
Un abrazo (maravillas)