lunes, 26 de enero de 2009

Sin nombre



Con cara de buena persona. Pero como se verá en la posdata de este corto, resultó ser la persona más despreciable con la que me tropecé a lo largo de toda mi andadura por los derroteros del monte, mi existencia escarpada.

Su aspecto a primera vista: amigable. Si la especie a la que aquella alimaña pertenecía, hubiera sido capaz de mostrar una sonrisa, diría que hasta se alegró de verme. Yo desde lo más profundo de mi dolor, sí lo hice.

Tenía ese aire honrado que tienen las palomas en vuelo. De gestos apaciguados. Mirada clara y atenta. Ademanes finos y estudiados. Su piel tirante y sin arrugas como los peces del río, como el brillar del olivo. La dentadura, al completo. Y sus manos: la suerte, que como las cuatro hojas del trébol me hicieron creer que tal vez se trataba de un hombre. Nunca pensé que sujeto de presencia tan distinguida y humana me remataría con tan fatídico golpe.

La herida de mi costado cada vez sangraba más. Y como mi lengua la tenía trabada por el aplastamiento de aquella roca que se desprendió tras el bombardeo, yo no podía lamerme la sangre, ni tampoco curar la infección que aceleraba mi muerte.

Repito, cuando me encontré con aquel perro que parecía un hombre, se me abrieron los cielos. Más joven que yo por su destreza, lo dejé acercarse. Me confié de su aparente bondad, propia de su juventud entre confiada y romántica. Pero así como tras la espesura de la montaña no siempre amanece ese mar azul del cielo que siempre anhelo, tampoco tras la candidez de sus ojos claros encontré la ayuda que pareció mostrarme. Y en lugar de auxiliarme, tal vez incitado por mi sangre, aceleró más su rabia y no paró de darme dentelladas hasta que expiré como un gorrión por el golpe del frío.

Post Data: Homo homini lupus.

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