
María del Olvido había nacido con un don, el don de no acordarse del pasado. Podía contemplar veinte veces la misma película, y siempre como si fuera la primera vez. Para María la vida era un estreno permanente. Memoria y negación eran sinónimos enterrados. Si acaso ella hubiera tenido la desgracia de revivir experiencias antiguas, hoy no podría soñar. Quien recuerda, esclavo es de las desgracias pretéritas. Por eso era optimista, dinámica y confiada. No tropezaba dos veces en la misma piedra. En ella no cabía ni el remordimiento ni el rencor. Tampoco estaba obligada a perdonar. ¿Quién puede acariciar la mano de su estrangulador?
Y por esa extraña virtud de estar siempre en el gozoso inicio de cualquier ilusión emprendida, ni la rutina, el estrés, ni el fracaso fueron insoportables compañeras de su viaje siempre alegre y prístino. María se bañaba siempre en agua limpia. Todo era nuevo para ella. El río de su ciudad siempre otro, distinto y fresco. María no tenía ojos en el cogote; miraba de frente, como mira el sol la tierra cada mañana.
A María los besos nunca le cansaban, siempre que hacía el amor, su corazón latía como el primer día. Si hoy se acordara de aquel maldito padrasto que la desvirgara siendo ella una niña, Maria del Olvido no estaría casada con el hombre de su vida.
Me había olvidado pasar por esa historia. Y ahora que lo recuerdo, habría sido un olvido muy triste, pues que es "re-especial"
ResponderEliminarlo dicho:no es envidia,
!pero casi!!!!
Ahora que lo recuerdo, ua historia así, quería escribirla hace muuucho tiempo, pero no me acordaba.
Besos compi. Y felicitaciones.
ESA me gustaría verla por camagua...
si es posible.