
Su cuerpo es guarida del alma. Pero cuando llegan los bochornos del verano el alma sale como llevada por el diablo a cajas destempladas de su madriguera. Tal vez por eso Ángel siempre dice que el alma es un bombón helado. Nada más rozar los treinta y ocho grados de temperatura su alma se derrite, desaparece. Un pequeño charco cremoso al principio; luego nada de nada, esfumada como el dinero negro, ni hacienda se entera. Y entonces sin alma Ángel no duerme, su humor es de perros y hasta el tránsito intestinal se le atasca. El hombre no supo nunca en qué lugar del cuerpo hibernaba su alma, si en el corazón o en su cartera, y tampoco a qué sombra o tabernáculo viajará ahora el alma despavorida para librarse de posibles acreedores o de los sofocos de un verano de quiebras y desaceleraciones. Que no sabe la mano derecha lo que hace la izquierda.
Los meses en los que el Lorenzo aprieta de lo lindo el Ángel sufre de escalofríos, no carbura, anda desganado y con las alas gachas y chamuscadas. Tiene Ángel contratada el alma a tiempo parcial y cuando está en paro, como ahora sin alma, días de crisis inmobiliaria, sin residencia o sin identidad (que es lo mismo), estrangulado tiene los sentidos, a tope sus nervios, sus bolsillos en rojo y una depresión de caballo. Y es que el alma de Ángel es una señoritinga que no aguanta ni un hervor y huye cobarde de la quema ahora que al pobre Ángel lo han despedido de Polaris World, la obra en la que trabajaba de encofrador.
Ángel no, pero su cuerpo que es sabio bien sabe que en los veranos de cosechas al raso su alma hace una escapadita a los montes de la isla Egina allá donde Platón tiene su cueva libre de cargas y al fresco.
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