martes, 13 de junio de 2017

La metafísica del volcán arrepentido



La pluma es la lengua del alma
(Cervantes).

No sé si existe el alma. Lo que si sé es que la siento cuando escribo. Oigo el aleteo transparente de su su tinta azul en mi conciencia, escucho el golpeteo crujiente de los peces de sus letras sobre el papel-río absorbente de mi cuerpo. Y así como el niño se concentra escuchando Pasito a pasito de Luis Fonsi, yo, como me encuentro, es escribiendo, y vuelvo a mí mismo, me calmo y me contengo como un niño autista. Y los giros circulares de mis grafías-remolinos me envuelven, me arrullan con la melodía de sus grafemas encendidos. A ellos me abrazo como flotador-madre-llama-nave ardiendo en medio del mar tenebroso de los fantasmas reales que me acosan. Y en los renglones pautados de mis cuadernos-borradores me siento seguro en medio de la babélica borrasca.

Y ese fantasma, el más grande de todos, soy yo mismo, mi destino, el destino, o ese cocodrilo que habita en mi, sin ni siquiera saber cómo se llama. ¡Y qué manía de dar nombre a los espectros! ¿Por qué nombrar lo que no conozco, si ni a las claras se me aparece? ¿Por qué habría yo de dar nombre a Dios, llamar de alguna manera a un poema, si ese Poema son todos los poemas, es el poema eterno, el de Lorca, el de Miguel Hernández, el de Witman, el de Machado, el de Storni, el tuyo, el mío y el de nadie, el de sor Juana Inés de la Cruz? El repiquetear de cualquier muchacha sobre las baldosas de la acera bajo mi ventana, todos sus andares me llevan a la misma palabra-mujer que nunca encuentro. No sé cual es su nombre, no la conozco, ¡ay que ver qué soledad sin su dulce taconeo!

Al día de hoy, ningún verso (de vértere) me devolvió la joven que amo y me vuelve loco.Y vuelvo a la escritura para ver si en mis letras encuentro al menos el brillo del sol en sus cabellos. O me encuentro. Tal vez yo sea el ánima, el ánimus, esa sospecha-duda-acierto-linterna apagada que llevo dentro sin saberlo. Lapsus cálami. Mástil quebrado de mi asidero. Y la simple sospecha de que el subconsciente sea Dios, que Dios viva y hable en mi subconsciente, (Césare Pavese), convierte (de vértere) en creación el verbo en subjuntivo-futuro de difícil cumplimiento. Y entonces, ¿para qué buscar en las palabras lo que ellas por sí mismas nunca podrán delimitar-abarcar-definir, esa grandeza infinita que dicen llevar en la escritura de su vientre concebido?

La escritura me devuelve la razón y la cordura que a veces el habla en su confusión arrebatada y presurosa me niega, me traiciona y hasta en ridículo me deja, al no disponer yo de argumentos para demostrar la verdad de mi corazón aligerado y en caliente. Mi verdad son mis sentimientos. Y esta verdad en ebullición puesta en mis labios inconscientes necesita del reposo, del equilibrio, de la estabilidad que me proporciona la palabra sobre el papel pensada. Y así al traspasar mis emociones y corazonadas a Blao, como un secador las airea, las selecciona, absorbe sus impurezas, las acrisola y las ordena plasmadas, inmaculadas, limpias de polvo y paja las deja, para enseguida regalármelas como trigo de cenizas estelares convertidas en vertedero (de vértere) y ganga.

La escritura, ¡gracias, escritura!, revelación sagrada de mi conciencia en falso, soterrada y confusa. Y mi locura irreflexiva y andariega se vuelve loca con razón o sin fundamento. Y así confundido y avergonzado, escandalizado de mí mismo voy enseguida en busca de mi refugio, este teclado de letras en hilera, crucigrama de posibilidades eternas, a ponerme a salvo en la tormenta de los improperios que salen desmadejados, encabronados de mis propios labios, arrebatado en llamas.

¿Y como un volcán podrá ponerse a salvo de su propia erupción, si no es retrocediendo? Y allí en la soledad de si mismo, de su abismo, de nuevo volverá a sorprenderse al ver su alma convertida en incandescente pregunta. ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú que no me dejas sitio para ser yo y viceversa? La metafísica del volcán arrepentido que vuelve a su interior para saber y remediar la tragedia del fuego que entre el subsuelo de sus rocas le recome, y abrasa. Y así encontrar el sentido íntimo de mi ser en ascuas. Este torbellino que me engulle en embudo- succión irremediable contra las leyes imperturbables de la Física.

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