jueves, 27 de abril de 2017

Pedro Méndez





A Pedro Méndez, trabajador de La Bazán. Cartagena.

 

Nubes escalonadas bajando al monte. 
El monte bajando al mar. 
El mar huele a Bazán, 
a puerto, templanza, 
sal y piedad.
Trae redes el agua calma, cestos de primavera, siembras y aromas verdes sobre tu barco, amigo. Amigo azul peregrino, dispuesto y listo para el tránsito, definitivo. La quilla afilada y tierna cavando va su destino, tu cama eterna.

Ignoro hacia donde vas, si hacia algún caladero de aguas dulces, paraísos de escayola, o delfines de cristal... pero ¡qué más da! Tú bien sabes el muelle a donde tu fe atinada y simple boga.

Entre la decepción y la esperanza anduvo fiel tu singladura. Creyente para unas cosas, escéptico para tantas. Me duele el no entenderte o tu mala suerte. O mejor, como alguien esta mañana ha dicho: Nada de lo que se te dio, tú has perdido. ¿Acaso perdiste a tu hijo? !No, Pedro, está tu alma en él!

Los bancos del tanatorio crujen, no sé si lloran, aplauden o vituperan tu adiós callado, pesar sonoro, frágil y acorazado tesoro entre cuatro tablas metido.

Hay quien canta a los dioses, al sol, a la mujer o al dinero, a la hermosura encumbrada.   
Hoy yo canto tu belleza escondida, sepultada, tan oculta y tan esquiva que se nos fue para siempre sin haberla conocido.

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