martes, 21 de marzo de 2017

El hombre que ella quiere aún no ha nacido





A Eugenia, esta mañana la despierta la primavera con sus campanas de verde. El rojo de la flor incipiente del melocotonero enjuaga su cara, su sombra enciende. Sus ojos escancian el aleteo de la abeja sobre el azahar inconfundible de los naranjos.

Todo para María Eugenia Vaz Ferreira está divinamente en su sitio:

La higuera, resucitando a la sombra de los cipreses; las soterradas raíces del nabicol, luciendo grelos prestos para el caldo de la suculenta comida del mediodía. El humilde y crujiente vinagrillo, vestido de relucientes neones amarillos. La manzanilla, ayer tumbada por vientos violentos, hoy resplandece de paz blanca acampando sobre su vista encandilada.

Hasta ese gorrión inquieto, que ayer no paraba un momento fabricando su nido de estrellas matutinas por venir, posa tranquilo esta mañana sobre el alero modesto de las tejas azules y protectoras del cielo. Mariposas de purpurina bailan alrededor de la corteza por desangrar del albaricoquero. La huerta entera es un zapateado de pasodobles y mazurcas. Cada tonalidad en su clave ajustada. Si el diente de león suena por bulerías, las collejas, burbujas a reventar, se inclinan bamboleantes, aretes en las orejas de los surcos sonoros y tiernos de la tierra en calma. La verdolaga inicia su lingual rastreo de alfas y omegas por las horas húmedas de los ribazos aún calientes y enamorados.

Todo está como corresponde. Sólo María Eugenia no está en su sitio. Su agujero, en el vacío. Vacío lleno de ansiedad y angustia que la recome en el infierno de lo que no tiene y desea: su novio ausente.

En la veleta, en la parte más alta de su pensamiento, da vueltas su destino abyecto, en desequilibrio incierto, mutante y frío, la cruz de la quimera, sin tocar jamás la carne de la vida. El agua corre alegre, abundante y ligera por los brazales, pero su riego no toca ni alcanza su corazón soltero y yermo. Como el canto de la rana en el fango sepultada, María Eugenia se muere de ganas por el hombre que quiere y aún no ha nacido. 
Todo está como Dios manda
divinamente en su puesto,
solamente mis dos brazos
vacíos quedan, mi dueño...
(El novio ausente de María Eugenia Vaz Ferreira)

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