domingo, 28 de agosto de 2016

Triste amor


Y cuantas veces paseaba corriendo, con su belleza ante mi vista, más fuerte se tornaba mi tristeza. (Las bellas. Chejov).

La mujer le dice al marido:
¿Por qué estás triste, mi amor?
Y ese poder ambiguo de la hermosura de la mujer, que unas veces al hombre le parece odiosa, y otras, querida, es de su propia virtud condición y dual esencia. Y al tiempo que a ella la beldad la encumbra; al hombre, a los pies de ella, sumiso le deja. Y su amor le lleva loco, por los caminos de la amargura. Por las noches ama el cuerpo de la mujer, y por el día aborrece su alma. Y así cae el hombre en el delirio: se enamora y se desenamora a cada instante. Duda de la sinceridad de su amor. Y hasta siente culpabilidad por desear a la mujer a la que de verdad no sabe si quiere. Y de nuevo: vuelta a empezar; para acabar el hombre, ante el amor, cada vez más hastiado y confuso. Si este hombre hubiera sido mujer, se llamaría Madame Bovary.

Y le preguntó el marido a un poeta por qué su querer, siendo en si tan encomiado y tierno, le causaba tanta confusión y tristeza. El poeta contestó:
Todo amor cuánto más bello, más de él distanciado te desplaza. Amor y lejanía: dos relaciones inversamente proporcionales. Cerca: igual a lejos. Y así, cualquier cosa hermosa, en lugar de regalarnos felicidad y plenitud, nos proporciona un áspero sentimiento de poquedad y finitud, limitación y fealdad.
Y añadió Arturo R, que así se llamaba el poeta interrogado:
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
O con palabras de Ortega y Gasset:
La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora.

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