jueves, 21 de mayo de 2015

Opción de elegir



Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nilón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido. (Elecciones insólitas de J. Cortàzar)


La llamada de auxilio de aquel que embarcado iba en la locura de un sueño buscando la urna perfecta, la papeleta justa, el sobre color apropiado, el mejor programa, la llave de la luz que encendiera las farolas de la alcoba del océano apagado de sus dudas plebiscitarias, se encontró con un mendigo con cara de lechuza pensativa viviendo en el cascarón de un viejo barril en plena calle. En lengua extraña y con gesto cínico este hombre vestido por fuera de harapos, y por dentro con los ropajes del conocimiento, dijo al indeciso soñador de sirenas de dulces mares en calma:
Optio eligendi ardua labor est.
Este diógenes en cuestión, y que al igual que aquel otro de Sínope, llevaba también como los mineros de Peñaroya una linterna en su frente despejada, añadió:
El único medio de conservar el hombre su libertad, es estar siempre dispuesto a morir por ella. Ser libre y ser persona son lo mismo.
Luego el que pareciera un santo anacoreta se enredaría en otros argumentos tan irrefutables como creíbles, pero muy poco prácticos, propios de poetas y borrachos. Y el de la nave estultífera, náufrago de su propio sueño, indeterminación, modorra y cansancio mitinero, le replicó:
Razón llevas, maestro, que sí, que muy bonito, todo lo que usted quiera; pero heme aquí a la deriva en aguas turbias. Rechazado soy antes de tocar cualquier puerto que elijo. Traficantes de la mar, de la tierra y de los cielos me han robado el carburante. Entre la tierra firme de su opulencia y mi navegar tormentoso y onírico estos mafiosos elegidos en baños de multitudes levantan a mi alrededor simas de sales. Muero de sed, y hasta he de beber mis orines. No puedo elegir ir a Bangkok o Myanmar, pues también me han quitado los remos de la barca. Y estando así como estoy sin blanca ni opinión, ni siquiera llego a ser papeleta de voto alguno.
Nada más terminar de hablar el barquero a la deriva, unas olas tripuladas por tiburones a quinientos euros la escama empujaron de nuevo al náufrago de sueños por un piélago de profundidades y dudas infinitas. Y antes de ser tragado del todo por las olas, aún pudo escuchar las voces del mendigo filósofo que le decía desde la pobre oquedad de su tonel de barro:
Déjate despertar por el sueño, amigo; y no te olvides de elegir la banana. Primum vívere, deinde philosophare.



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