lunes, 2 de marzo de 2015

Canciones de cenizas



Como quien enciende una vela a su santo preferido, esa mañana con la hierba y los rastrojos secos del otoño desvestido, hizo el jornalero una gran hoguera en el descampado de sus ayeres muertos, y hoy adoloridos. No sabe el hombre de qué ángeles o demonios está formado el fuego, pero al ver subir y romper su lengua el cristal azul del cielo, sintió un embriagador aliento, como aquel dardo de oro largo que sintiera Teresa de Ávila en sus entrañas, (¡ay que ver qué atrevimiento!), traspasándole cual hierro incandescente lo más hondo de su cuerpo.

Y mientras ve subir impoluto el humo, entra como en un paréntesis protegido de todo por la nada; y en medio del edén o del infierno, no mueve siquiera una pestaña. Mira absorto y fijo como la llama se desprende del amarillo de su tallo, y contempla el labriego en toda su belleza desnudo el humo que embelesado le deja por un tiempo indefinido; y confundido queda con su estela que le anida y que le ensalza.

Luego, como digo, cabalgaron el humo y el hombre unidos, abrasados, levitando suaves y dulces por montañas de abismos infinitos.

Fue valiente mientras duró el éxtasis, el fuego y su humareda. Pero después, cuando se consumieron las soflamas subidas de su alma, y mudo quedó el sonoro crepitar de las cañas de la acequia iluminada, cayó abatido en un profundo pozo de tristeza a los pies de su cabaña ennegrecida. Y se sintió el hombre cobarde por no saber huir de aquellos fuegos fatuos tan divinos a estampidas y que, luego al instante, vio apagados en un montón de canciones de cenizas. 

1 comentario:

  1. Y ver la vida entre las lenguas de fuego azul y entre las cenizas, lo superfluo de su vida. gracias por colgarlo mi buen amigo de años.

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