jueves, 26 de febrero de 2015

Cadáver político





Un señor con corbata negra, camisa blanca y con cara de plasma reposa en el ataúd de un tanatorio. No se parece en nada a un muerto. Está vivo, pero sólo en apariencia. Tiene los ojos desorbitados. ¿En qué estará pensando este padre de la patria derrotado? Su cara inmóvil, aún rosácea, contrasta con las sedas moradas del forro de su mortaja, un partido llamado Podemos.

Este hombre, considerado por sus conciudadanos como histórico referente de todo un pueblo, lleva en el pecho una pegatina con el anagrama de un ave sobre las olas de un falso cielo en calma. ¿Distintivo este obligado para traspasar las fronteras ecuménicas de la muerte y sus encuestas?

Según los astrónomos se avecinan tiempos mejores, tiempos idóneos para caminar libremente sin que excremento de gaviota alguna caiga sobre nuestras cabezas recortadas.

Y en medio de estas predicciones de agoreros bien comidos y mejor pagados, oigo como el líder político desde su encajonado ataúd, tiende la mano de sudor frío a su segundo; y le dice al oído:
¡Tenías que tener sarna para no moverte. No ves que nos arrastran las urnas de la avenida. Date prisa, dame una lancha! ¿Quién me defenderá de esta alimaña que me come a votos por mis pies náufragos ? ¡No te quedes ahí parado sin hacer nada! Y después de muerto, por favor desentiérrame, soy alérgico a los bichos de la tierra.
Y fue luego el muerto, el que antes de palmarla, se puso las insignias que llevaba puestas en la solapa: el anagrama inmaculado de una gaviota diarreica. Y estas fueron las últimas palabras que se le escaparon al cadáver político tras su última bocanada en el debate del Estado de la Nación:
¡Y qué dislate! Y qué desagradecidos son los escrutinios! Quise como buen cirujano operar al pueblo de un quiste que tenía en los bolsillos de su corazón endeudado; y he aquí, ¡mal haya el diablo! que muero yo por ladrón en lugar del enfermo operado. 

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