sábado, 31 de enero de 2015

Violines en celo




(Carta-respuesta de Daniel Muti a la reseña del crítico musical Sordi Paolo en el Journal of Music Therapy)


Como gorrión desplomado sobre mi propia sombra acribillada caí abatido por los disparos implacables de su comentario musical. La reseña que usted hizo de Concierto para violines en celo, cual racimo de perdigones, agujereó cada uno de los siete pellejos donde yo guardaba la mejor sinfonía, el mejor vino de mi bodega. Cual un tal Carlos Floriano, tristón, filarmónico y utilero de balones fuera del pentagrama y del ritmo, me acusó su señoría armoniosa de falta de piel. Con su decir a fuer sincero, para curarse en salud, tildó de enfermizo mi Concierto. Sordo afinador encumbrado de guitarras sin cuerdas y pianos de hormigón, el diapasón de sus ondas cerebrales tuvo el valor de escribir:
Concierto para violines en celo de Daniel Muti es una obra infausta que cansa al melómano más entonado. Creación a todas luces estridente, irresistible. Si la música amansa a las fieras, el arco de estos violines en celo encabrita a las ovejas. Flagelos son sus dobles bemoles, cual moscardones sobre las inocentes orejas del auditorio.
Sus magistrales y certeros venablos de musicología avezados y viscerales se clavaron tan hondo en mi corazón orquestal y nimbado, que no sé si podré levantar ya el vuelo, alcanzar aquellas oberturas y nocturnos que ayer alas daban a mi compromiso necesario y sinfónico. Desde su crítica, con mi autoestima por los suelos, no consigo hacer sonar una negra con un canuto.

Reconozco que mis composiciones no son llanas sino engreídas, propias de manieristas florentinos, instrumentistas barrocos y cansinos que encrespan al público. Pero al ser yo persona menguante, con mis macro composiciones stradivarias y rimbobantes compensaba las carencias que la naturaleza ingrata osaba negarme.

Desagradecido Paolo, analista musical de gran alcance y oído, no busco con confesión tan íntima como sicologicista sobornar su acendrado criterio musical, como tampoco hacerle decir que lo negro es blanco. Nadie mejor que yo para saber que mis pavanas y zarabandas aburren a vaqueros y bisontes como usted, acostumbrados a la extravagancia como sorpresa, al sarcasmo, el estrambote y la ironía.

Nadie está obligado, incluido usted, mi distinguido y caro adversario, a ensalzar lo que no le gusta, pero debería saber, señor Sordi, que un buen crítico se debe a los cánones de la belleza, más que a sus particulares apetencias musicales. A mi tampoco me fascina la teatralidad diabólica de Paganini. Cuando en algunas de mis obras me veo retratado en este cortesano virtuoso, me aborrezco injustamente. Pues decir que no es bueno lo que odio, a todas luces es irracional e incierto.

Dice textualmente: Violines en celo es un bodrio de murmullos cavernosos, circunflejos, compuesto para damiselas y senderistas incautos a la búsqueda de sonidos y luces artificiales. Puede que el texto musical suene en algún momento a quejido y letanía. Sólo quise acentuar insinuante el dolor calmo que la pena para sobrevivir necesita. Y si a cualquiera de mis oyentes, al escuchar Violines en celo, cual lectores de La Novena Revelación de James Redfieldal, se le abrieron los cielos de la música divina, con borbónica nobleza les digo: lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir. No fue mi intención erigirme en chamán, tabernáculo, ni evangelio de caminos de salvación para nadie. Lo contrario sería buitrear, vivir de la religiosidad musical ajena, incomestible y siempre íntima. Sancta sancte tratanda.

Atentamente. Daniel Muti

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