martes, 16 de diciembre de 2014

Peor que antes. Ley Mordaza




Aquel lunes me levanté a las seis y media de la mañana. Ser trabajador de Fraymon me obligaba a estar en la Fábrica a las ocho en punto. Antes, debería pasarme por el polígono industrial de Sangonera y por el aparcamiento de la Ciudad Sanitaria. Allí repartiría el fajo de octavillas que llevaba camuflado en el macuto junto al bocadillo de atún del almuerzo. Recuerdo que el sector de la Construcción llevaba ya más de cuatro semana en huelga por un convenio justo. A la solidaridad del resto de los ciudadanos, en apoyo de un economato que respaldara la huelga, iban destinadas precisamente aquellas hojas de propaganda.

El día se asomaba con desgana por los tejados humildes del barrio de Los Panaderos, un grupo de viviendas de protección oficial, más allá de las vías del tren, a las afuera de la Ciudad. Bajé perezosamente las empinadas escaleras del piso. Mis ojos se resistían a la claridad del día. Antes de atravesar el portal, miré la calle. Un seat mil cuatrocientos treinta de color negro aparcado en la acera de enfrente, y ocupado por cuatro personas de aspecto gris y entonación grave, llamó mi atención.

A esa hora nadie en un barrio obrero anda husmeando dentro de un coche, a no ser la pasma a la caza de algún rojo incauto. Los carteristas y ladrones de guante blanco aún dormían su resaca abrazados a sus queridas allá por lo moteles de la Cuesta de la Magdalena. Los patronos y demás gente del Régimen, a estas horas aún entoldadas de la madrugada, soñaban con el rojo y gualda de la bandera enhiesta del General.

Los latidos al trote de mi corazón me alertaron. ¿Y si fuera la Secreta? Iban a por mí. Y sentí unos crujientes retorcijones de barriga. Por aquel entonces, aún no me habían extirpado el bazo, pero la Ley de Vagos y Maleantes, tapadera para enchironar y criminalizar a todo bicho que contra la Dictadura se meneara, ya fuesen obreros, homosexuales, estudiantes, o simples ciudadanos críticos con el sistema, estaba en todo su esplendor.

Confundido, indeciso y sin saber qué hacer, reaccioné de la peor manera. En lugar de dirigirme a los maderos, y preguntarles con toda normalidad si deseaban algo, me revolví inmediatamente, subí las escaleras, disimulando haber olvidado algo. A toda prisa escondí el macuto en la cisterna del vater. E incluso tiempo tuve de asomarme a la ventana. Desde allí les hice una foto. No era cosa de pasar por alto las caras escrutadoras de aquellos sabuesos violadores del alba. Guardé la máquina en el cubo de las pinzas del tendedero. Hay quienes piensan que los jóvenes militantes comprometidos por la transformación de la sociedad, sólo vivimos para la revolución. Mentira. También nos gusta hacer el amor, y hasta tiempo sacamos para nuestras pequeñas manías. Mi gran debilidad, por ejemplo, es el arte de la fotografía: atrapar la luz, ( y a veces, también las sombras) en su instante eterno.

Luego, los de la político social de una patada a lo Corcuera tirarían la puerta abajo. Y me echaron el guante allí mismo, en el zaguán de la casa.
Somos policías, tienes que venir con nosotros. Asuntos de puro trámite. Poca cosa, unos minutos.
Aquellos pocos minutos, encerrado en aquel calabozo, se convirtieron en tres eternos días de purgatorio. La tenue luz de bombilla y una mugrienta manta atestada de pulgas fueron mis compañeras. Luego, vinieron los interrogatorios cafkianos. El poli bueno, el malo, el sádico. Preguntas humillantes, disparatadas. Amenazas. Algún que otro guantazo. Las dos primeras noches apenas pude dormir. Perdí el sentido del tiempo. No sabía ni el día, ni la hora.

Al cabo del tercer día, llegó el momento de firmar la declaración. Esposado me subieron al despacho del Comisario. Hombre de tez amargada y aceituna, mirada huidiza, aunque imperturbable, cual un iluminado. Con hipócrita educación el Comisario Jefe me dio a leer el escrito. Yo tan sólo tuve ojos para mirar la fecha. ¡Seguía aún tan confundido y desubicado! Tan sólo se me ocurrió decir al Inspector:
Señor, al parecer se han equivocado de año, o ¿acaso no estamos en abril del 71?
El Comisario, cual otra Bernardette en Lourdes, deslumbrado ante el portaretratos de un tal Felipe VI que coronaba su mesa entera, sin mirarme siquiera, espetó con voz de perro amaestreado:
Además de bobo y rojo, muchacho, estás completamente desorientado, caminas hacia el pasado. Estamos en plena Democracia, finales del 2014. La Gran Época de los Exabruptos y Libertades. Una recién estrenada Ley de Seguridad Ciudadana, me convierte milagrosamente en tu verdugo. Para salir de aquí tendrás que pagar treinta mil euros por fotografiar a cuatro de nuestros valientes miembros de la Fuerzas del Orden.
Y antes de que me bajaran otra vez a los sótanos de Comisaría, sólo me dio tiempo a decir:
Peor que antes, señor Inspector, ¡si ni siquiera tienen cámara alguna que lo demuestre!
¡Y qué más da, joven insensato! Para resolver tu expediente administrativo, -replicó al momento el Comisario-, la Ley se desentiende de abogado, juez o prueba alguna. Estamos en el futuro. No olvides que hasta el tiempo es nuestro aliado.

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