viernes, 19 de septiembre de 2014

Secano (I)





¡Y cómo le gustaría al huertano que en esta tarde calurosa y quieta en la que el sol tórrido, salamanquesas, chicharras y sarates parecen hierros, rayos de fragua, lloviera a manta! Sus sequedades se ablandarían. ¿Las del ánimo? ¿Las de sus tierras? ¡Qué más da! Con tanto calor, su cuerpo y alma andan los dos revueltos, revueltos y confundidos en un muñón de cenizas.

Y hasta tuvieron que venir los bomberos, del estruendo que las llamaradas incontroladas de las cañas lanzaron al cero noventa y uno. La sisca quemada horas antes por el bochorno, una colilla, el calentón de un coche, el partido en el Gobierno, ¿quién sabe? El fuego, al llegar la noche, se avivó desde sus entrañas, surtidor incombustible.

La luna llena se cubrió con una cortina de humo que subía del crepitar de la hierba seca. La juncia encendida aplaudía inconsciente con sus castañuelas de niña loca, al ver el agua de las mangueras, sombrillas de colores en medio de la noche oscura. No sabe una niña loca distinguir la lluvia, del agua metálica de una cuba municipal. Las alarmas amarillas del camión de los bomberos, martilleando con sus faros el carril de las 25 tahúllas, levantaron del sueño al hombre de la Huerta Arriba. Y se acercó al lugar de la quema con sus esperanzas en ascuas.

Los servicios de incendios ya habían terminado su tarea. No es lo mismo que llueva verde y claro desde los cielos húmedos sobre los bancales de la alfalfa, el plantío de las lechugas, que unos chorros a presión de aguas envasadas calcinen el corazón hundido de un pobre huertano, que además de chamuscado, tendrá que abonar al ayuntamiento el apagón provocado por la sequía de unos calores insoportables.





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