jueves, 24 de julio de 2014

Se murió de tristeza




Hay quien se muere de viejo, como aquel joven sin campo que arar, sin Beatriz y cabizbajo.

Hay niños que se mueren ancianos, sin ningún padre a su lado.

Hay locos como don Quijote que se mueren de un ataque de cordura.

Poetas haylos que se mueren por vender su alma a la razón y al mercado.

Conozco yo a un queridísimo, toda su vida en la cárcel, se murió el mismo día que lo indultaron.

Románticos desencantados murieron contra el acantilado de la Novia tras haber oído decir a Platón que el amor era mentira, una sombra en la penumbra.

Sé yo de un País que empieza por P y acaba siempre perdiendo. Lo están matando siempre, sin terminar de morir nunca. Sus muertos valen diez menos que los muertos de sus vecinos. A más muertos, menos cotización en nuestras conciencias.

Los hay que morirán de rabia y aburrimiento, tras haberlo conseguido todo, sin poder llevarse nada. Tan sólo tres palmos de su Tierra Santa para sus cenizas de gloria sedienta.

De todas estas muertes sé yo un poco, pero ninguna me duele tanto como la que he visto hace unas horas:

Un día, ayer tan sólo que habían enterrado a Maryam Muhammad, niña de once años, muerta en uno de los últimos bombardeos israelíes. Y esta mañana al levantarme, veo muerto en la jaula al pájaro. Nunca sabré quien de ellos se quería más, si el periquito a Maryam, o la pequeña al pájaro. Su madre llora a manos llenas:
El pájaro se murió de tristeza. No no hay ser humano que pueda seguir vivo en Gaza, viendo tanta tragedia. 

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