martes, 22 de julio de 2014

Carlos, corrección y venganza






Esta mañana recibo un correo de un tío de Carlos. Carlos Cano. El mismo. 25 años, licenciado en medicina, miembro del 15M. Condenado a tres años de cárcel por participar en un piquete informativo en la huelga General de marzo de 2012. Blasón y estigma, correctivo ejemplarizante y venganza de quienes emparedar quieren las voces, las mareas del pueblo. Su tío me dice que su sobrino está encerrado. No sólo eso. Está preso. Y con él, proscrito y prisionero, también el sindicalismo. Amordazado, hipotecado el voto. El voto, simple estandarte, sacado y cacareado en procesión, cada cuatro años. Luego, ¡si te he visto no me acuerdo!

Y con él, presos, todos aquellos que un día apostaron por las libertades de expresión y reunión. Y hoy, con Carlos, aquellas luchas y conquistas de nuestra transición orgullosa y emblemática, tiradas también a los cerdos. Vergüenza. Incongruencia. Estancada. Retroceso. Contracontextos políticos.

El tío de Carlos, en el deseo de que las dentelladas de la cárcel le duelan lo menos posible, pide que le escribamos a su sobrino “cartas desentendidas, que le diviertan, que le distraigan...” Y yo lo intento. Pero no puedo. El contrasentido, la locura, la injusta legalidad de la situación de este joven no me dejan. Bloqueadas todas las líneas lúdicas de la imaginación. Y me acuerdo de aquella frase: después del Holocausto no es posible escribir poesía.

Es inconcebible que la democracia esté por encima de los derechos fundamentales. La democracia es incuestionable como concepto, pero en la práctica, sepan jueces y parlamentarios, indultores y demás padres de la patria, que la democracia es sobre todo un instrumento; no un fin en sí misma, dogma intocable, paraguas para unos pocos elegidos, y rayo y granizo para todo un pueblo al descubierto.

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