jueves, 17 de abril de 2014

El tiempo no se llama como tú


Yo no sé si soy de Azulada, o tal vez todas las ciudades del mundo sean mi patria. Lo que sí sé, es que hoy quisiera regresar al pueblo mítico de la Ítaca de mis entrañas, aquel que estuvo siempre por encima del tiempo, fuera de los continentes y las islas, más allá de las estrellas  y del espacio.

A los compañeros de trabajo les diré que estas vacaciones de Semana Santa me voy a Praga, la capital de la Bohemia. Necesito abandonarme para encontrarme. Y las calles de esta ciudad milenaria me ofrecerán el idílico rincón para esconderme, y encontrar en estos días de Pasión y Gloria, Crisis, Playa y Procesiones las huellas de mis pasos perdidos y por fin resucitados.

Elegido ya el sitio, sólo falta hacerme con el Libro.Y sobre las paredes de mi buhardilla, desplegaré el mapa de esta ciudad, flor de utopias y absurdos, rebeliones, escritores y poetas, como aquel  Rainer María Rilke que dijera:
Sé que el tiempo
no se llama como tú.
Y en el sitio más alto de la casa, graparé cada uno de los relatos de esta Antología, para que las esferas del reloj astronómico de esta ciudad se toquen con las órbitas de mis más encumbrados vuelos.

Y desde mi habitación, sin moverme, cruzaré el río Moldova. Con admiración, y sin levantarme apenas de la silla descascarillada de mis entretelas y cascarrias contemplaré la Casa de la Campana de Piedra. Desde la Galería, subiré a la Torre del Ayuntamiento, deambularé sin rumbo, y me detendré a degustar en sus puestos de comida un buen pato asado con col agridulce. Desde la cómoda holgazanería de los días, patearé los laberintos de Kafka, la callejuela del Oro, los Jardines de Belvedere. Llegaré hasta El Castillo, aquel Gólgota y Calvario de K, por ver si alli pudiera escapar de mis locuras y temblores. Me perderé por el barrio judío hasta recapitular en un fin de semana más de mil y un años de historia alienada. Visitaré el barrio de Malá Strana, y me embriagaré de romanticismo junto al puente Carlos. Y antes de regresar de nuevo a mi Azulada, me daré un paseo por el gran parque de la colina de Letná. Tal vez allí encuentre a la muñeca viajera, aquella por la que llorara una niña desconsolada, según Paul Auster cuenta en The Brooklin Follies.
 
También es real lo imaginario. Y mi emoción por este viaje trasciende su realidad histórica, por encima está del tiempo sin nombre. Mis compañeros de trabajo se creerán a pie juntillas lo de mis vacaciones en Praga. No miento. Es tan fuerte mi ilusión, que hasta yo mismo me lo creo sin cruzar los Pirineos. Tan sólo me basta leer:
Antología de Praga.

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