martes, 2 de abril de 2013

Sordo deseo



Mientras leía El túnel de Sábato, iba anotando algunos de los pensamientos y frases que con más fuerza el libro me mostraba. Después de terminar su lectura, volví a releer mis apuntes, y los encontré sacados de contexto, sin sentido, como quien desbarata un puzle y luego es incapaz de darle forma. Así por ejemplo, yo había escrito:
los criminales son inofensivos,
la vanidad de la modestia,
la memoria es el museo de la vergüenza,
el monólogo interior como estructura narrativa,
manía indagatoria -ensayista- del protagonista,
forma circular y variada de escribir al estilo de Proust,
interpretación espiritual de los rasgos físicos,
decir el nombre del otro basta para comunicarse con él,
relación entre pintura y escritura,
sueños, fantasmas y obsesiones,
tedio y pedantería en la novela rusa,
trasfondo velado y múltiple de la simplicidad de las cosas,
la buena crítica como indicio de que algo no estamos haciendo bien...
Y con mimbres tan inconsistentes y deshilvanados desistí hacer reseña alguna. Dejé mis anotaciones y me concentré en las ideas, -pocas, pero muy significativas- que, sin tener nada que ver con la trama de la novela, a mi me habían llegado como alambicadas por el crisol de la lectura. Y así, al calor, aún reciente de lo leído, en lugar de comentar el libro, me limité a resumir brevemente en tres ideas-fuerza el conjunto del libro: 1) Belleza. 2) Soledad. 3) Amor-odio. En un principio, estos tres conceptos o reflexiones me parecieron entre sí inconexos, pero pronto advertí entre ellos cierta correlación explicativa que me atrevo a transcribir en la siguiente formulación:
La Belleza, por su infinitud y perfección pone de manifiesto nuestra limitación. La belleza, más que mostrarnos su hermosura, nos habla de nuestras carencias, nos aleja de la posibilidad de compartir algo con ella, nos hunde en nuestra soledad. Y esta dual y distante tesitura entre individuo y belleza desata en nosotros la contradición amalgamada de amor y odio. Amor, porque deseamos la belleza con locura. Y odio, porque nuestra pequeñez nos impide acercarnos a su grandeza. Y es en este contexto en el que encuentro sentido a la ya clásica frase de Rimbaud: "Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié".
1.- Belleza

El pintor y María. Cap XXVII. Los dos en silencio frente a la eternidad del mar. La mujer muestra su sensualidad y hermosura más fascinante. Sin embargo el hombre se siente profundamente triste: esa tristeza era ineludible, era la misma de siempre ante la belleza. El pintor, ya antes, (Cap. XV) se refirió a María como sol negro. El binomio insignificancia-grandeza, como exabrupto y locus indignus, en lugar de atraerse y fundirse complementariamente como sería lo normal. Y un sordo deseo de precipitarme sobre ella y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello hasta ahogarla y arrojarla al mar iba creciendo en mí. (Pag.49).

2.- Soledad

"Debe evitar el sabio caer en el pecado de la soledad" (Miguel Espinosa. Historia del Eremita). Y yo que siempre había idealizado la soledad como origen del conocimiento interior, y la había encomiado como virtud, por ser fuente de autonomía personal, vengo ahora a equipararla con ese orgulloso sentimiento de superioridad: deprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos: mi soledad no me asusta, es casi olímpica. (pag.38). La novela desde el principio al fin transcurre en ese tenebroso antro en el que la soledad tortura y enloquece a sus víctimas: Existió una persona que podría entenderme. Pero fue precisamente la persona que maté (pag.5). Tengo que matarte. María. Me has dejado solo. (pag.64). Para Ovidio soledad y tristeza iban de la mano. ¿Podríamos atribuir a la soledad el origen de los males en el mundo? No en vano el Eclesiastés llora por aquel que está solo (¡Vae soli!). Y esta mañana de lluvia he visto dos gorriones acurrucados, muy juntitos, protegerse de la tormenta.

3.- Amor-odio

Cada lector establece una relación particular con los personajes de las novelas en las que, absorbido en ellos, se proyecta y ensimisma. ¿Y quién, ante un amor esquivo, no se ha sentido alguna vez humillado y traicionado en su vanidad como Pablo Castell? Y jugamos al escondite en nuestras relaciones de amor para incitarnos y avivar, y así encender más nuestro deseo. Y luego llega el bajón. ¡Tanto tiempo empleado y pensando en la Dulcinea de nuestros sueños, para que ahora venga Aldonza Lorenzo y ni siquiera nos reconozca! Y es tanta la frustración y el dolor, que el despechado convierte su amor en odio. Y este odio a la persona amada se convierte a su vez en odio hacia nosotros mismos. El pintor confunde, identifica a María con la rumana, la prostituta. Para Pablo, María, su amor del alma, se convierte en obscenidad. E incluso en nuestro enfado llegamos a llamar puta a nuestro amor más encumbrado.

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