martes, 19 de febrero de 2013

Inmortalidad, fotografía y escritura




(A raíz del libro El amante, 
lectura sugerida por Deletreados)


No pretendo ser exhaustivo. Aunque quisiera, no lo conseguiría. Tan sólo me hago eco de algunas ideas relacionadas con la fotografía, la escritura y la inmortalidad, -muchas, sin conexión-, y que más me han impresionado durante la agradable lectura de El amante. Marguerite Duras me seduce por su manera íntima, original con la que escribe su vida. La historia de mi vida no existe... Sé que más tarde escribiré... Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde.

La del carmín rojo oscuro de aquel tiempo cereza me seduce sobre todo por su sensualidad:

Ese equilibrio entre la estatura y la manera en que el cuerpo sostiene los senos, fuera de él, como algo aparte. Nada más extraordinario que esa redondez exterior de los senos sostenidos, esa exterioridad dirigida hacia las manos.

La ganadora del Goncourt literariamente me atrapa por su jugar con el tiempo. La autora habla en pasado, de su vida anterior, y de pronto vuelve al presente retrotrayendo al lector con esa fuerza imperiosa que rescata el ayer, como si fueran piezas de un espejo único y cuyas fisuras se desdibujan dándole a la vida una cohesión ajustada puntual y ovalada.

Sobran mis impresiones. Con traer aquí algunas de sus citas entrecomilladas, será suficiente. Así mis palabras no emborronarán la frescura de su decir vívido y directo.

Escribir para ellos era un acto moral. Escribir ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es nada.... Ir en pos de la vanidad y el viento, escribir no es nada... escribir no es más que publicidad.

Varias veces Marguerite alude al hecho de la fotografía en su novela. Por su significación y simbolismo, tanto como por el concepto de sustitución y ausencia que una fotografía conlleva, su insistencia no es meramente casual. Algunas noches de copas hasta la madrugada con Lacan por el París de entonces, así me lo confirman.

Pudo haber existido, pudo haberse hecho una fotografía, como otra, en otra parte, en otras circunstancias. Pero no existe. El objeto era demasiado insignificante para provocarla. ¿Quién hubiera podido pensar en eso? Sólo hubiera podido hacerse si se hubiera podido presentir la importancia de ese suceso en mi vida, esa travesía del río.

Pudo también haberse escrito. Y así se hizo. La escritura pudiera incluso haber reemplazado al alcohol, a la función de Dios. No en vano Dio quiso reencarnarse en las Escrituras, en los Evangelios. Y de aquí, la comparación obligada entre escritura e inmortalidad. No conozco a Dios, por tanto no sé, si la función de escribir podría suplir mi frustrado deseo de eternidad; lo que sí puedo afirmar, es que escribir da alas a los que lo hacen. La virtud de la escritura es rescatar del olvido lo vivido, y así escribir es como restaurar, ensamblar, sacar del fondo de la memoria lo que un día perdimos al iniciar un viaje, atravesar un río, o tras sufrir una desgracia.

Debe tener la fotografía un extraño talismán. Ningún enamorado prescinde de ella. Los abuelos la llevamos en nuestra cartera para perpetuarnos, presumir de nietos delante de los amigos. Los jóvenes las almacenan en sus móviles como joyas de sus conquistas "rescatadas". Y hasta otros se enzarzarán en guerra por una simple fotografía. ¿Y que no decir del vudú y de las agujas clavadas en partes determinadas de una foto para inferir todo tipo de desgracias en el enemigo?

Y hablando de fotos, recuerdo, (yo también), y ¿quién no? en mis tiempos de adolescencia, la primera fotografía de la que estuve verdaderamente enamorado. Y sigo estándolo, porque por mucho que he rebuscado por rincones y cajones, aquella foto nunca hasta hoy apareció. Esa foto la perdí. La he buscado durante más de 60 años. No la he encontrado, como tampoco podré recuperar mi juventud envanecida y perdida. Perdida precisamente en aquella foto. ¡Ay si yo la encontrara, tal vez como Marguerite, a la luz de aquella foto, podría también escribir mi biografía. Y así al menos cauterizaría las heridas de su ausencia. Catarsis del escribir terapéutico.

Pues, mientras tenía lugar, aún se ignoraba incluso su existencia. Sólo Dios la conocía. Por eso, esa imagen, y no podría ser de otro modo, no existe. Ha sido omitida. Ha sido olvidada. No ha destacado, no ha alcanzado su punto álgido. A esa falta de haber sido tomada debe su virtud, la de representar un absoluto, de ser precisamente el artífice.

Recuerdo que la foto, en blanco y negro, me la hizo un compañero. Y precisamente junto a un río, el Segura, también junto a un puente (el de los Peligros). Los ríos madre de toda la vida, de los pueblos milenarios, los ríos, viaje y andadura, divisoria, trayectoria determinante, y siempre metáfora manriqueña de nuestro fluir efímero.

Y ese aspecto que mi madre tenía en la fotografía del traje rojo era el suyo, era ése, noble, dirían algunos, y algunos otros, desdibujado.

Escribir es, para M. Duras, poder desvelar la realidad. La realidad, si no se traspasa al papel, a la imagen, a la fotografía, muy difícil nos será descubrir su completa esencia. Y parodiando a Parménides ¿Es inmortal la esencia?

Los rostros se preparaban del mismo modo para afrontar la eternidad, aparecían engomados, uniformemente rejuvenecidos.

Siempre me sorprendió entrar en una casa y ver en el aparador del salón las innumerables fotos de toda la familia. Hileras de fotos superpuestas sobre el mármol del mejor mueble, en el altar de la casa. Una cadena de generaciones en papel cliché moteado de cagadas de moscas, tratando de cercar en vano a la inmortalidad por los cuatro costados de su inasible eternidad.

Y para concluir: la última cita con motivo de la muerte del hermano menor de Marguerite, su preferido, su mártir, con quien ella iba a la caza de la pantera negra y se bañaba en el río:

Habría que prevenir a la gente, enseñarles que la inmortalidad es mortal. La inmortalidad no es una cuestión de más o menos tiempo, no es una cuestión de inmortalidad, que es una cuestión de otra cosa que permanece ignorada... La inmortalidad había sido encubierta por el cuerpo de ese hermano mientras vivió y nosotros no comprendimos que era en aquel cuerpo donde la inmortalidad se hallaba alojada. El cuerpo de mi hermano estaba muerto. La inmortalidad había muerto con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario